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Multimedia | "Bedroom Door" Broods.




Nora y Charles llamaron desde muy temprano para desear feliz navidad. Había dormido pocas horas y la cabeza me daba vueltas, mi compañero estaba en un sueño profundo con un semblante apacible.

Con mucho cuidado salí de la cama para hablar cómodamente en el corredor. Recogí del suelo la camisa de Sebastian y me la puse encima. Recorría el pasillo arrastrando los pies descalzos sobre la alfombra escuchando los planes que tenían para el día.

Evitaba bostezar de forma audible para que mi madre no pensara que su charla me aburría. Ella no tenía necesidad de saber sobre mi ajetreada noche.

Finalizamos la llamada y todavía ni daban las ocho de la mañana. Antes de entrar de nuevo a la habitación le envié un mensaje de texto a Jessica y Jay para prevenirme por futuras llamadas.

Al entrar me asomé por la persiana, entrecerré los ojos para vislumbrar los edificios en medio de la bruma. El cristal estaba helado y empañado.

«Frío de mierda», me quejé cuchicheando.

Había demasiado frío, más que otros días. Me quité la camisa dejándola de nueva cuenta sobre el suelo y volví a la cama, metiéndome entre el edredón para llegar a los brazos de mi amado.

Sebastian estaba bastante cálido aún con el edredón cubriéndole hasta la cintura y el torso descubierto. Me acurruqué a su lado y él se despertó confundido. Pasé los dedos entre su cabello invitándole a dormir de nuevo.

—Duérmete cariño, no pasa nada —le susurré un par de veces.

Su piel desprendía un olor delicioso. Todavía guardaba unas notas de su perfume fino combinadas con su esencia corporal. Simplemente olía a él.

Tal vez nunca conocería el cielo o la gloria, pero tampoco lo necesitaba, esto era suficiente para mí.

•••


Esta vez no estaba soñando ni fantaseando, era él acunándome en sus brazos, protegiéndome de todo, principalmente de la frialdad.
Sus dedos vagaban por mi espalda de arriba a abajo y viceversa, dejándome un hormigueo en la piel por donde pasaba.
Sabía cuanto me gustaban esas caricias.

—Mmm —suspiré —Que comodidad, por Dios —no era capaz de abrir los ojos.

Probablemente habían pasado bastantes horas desde que me levanté a hablar por teléfono, me sentía más repuesta y con energías.

—Buenos días, bella durmiente —hablaba divertido —¿Qué tal dormiste?

Estiré brazos y piernas para enroscarme con él, le di un beso casto.

—Muy bien —contesté con voz dormilona todavía.

Una mano traviesa fue más allá de mi espalda.

—¿Tienes hambre?

Era cuestión de minutos para que mi estómago comenzara a reclamar por alimento, sin embargo, mi cuerpo reclamaba por él.

—Mucha —le respondí el gesto dejando mi mano deambular por debajo del edredón.

Sebastian se tensó ante mi toque y soltó un gruñido por lo bajo. De inmediato se incorporó obligándome a levantarme también.

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