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Mi mente divagaba mientras ordenaba unos escritos que Ángela había dejado para mí por irse detrás de su hombre. Y ya no sabía si me encontraba molesta por tener que acomodar el desorden o por imaginarme a mi jefa revolcándose con el hombre que yo quería para mí. Creo que un poco de ambas. Me pregunto si algún día yo tendré la fortuna de encontrarme con un hombre así.

Michael me había casi implorado dejar de trabajar, pues consideraba que el trabajo podía afectar mi rendimiento escolar, y él decía que no necesitaba el dinero. El par de meses que llevábamos en contrato se había encargado de que nada me hiciera falta; mi guardarropa parecía una tienda de alta costura, tenía las prendas más lindas y finas, la colegiatura iba al corriente, tenía el celular de la más alta gama, y mi cuenta bancaria tanto como mi cartera siempre estaban llenas. Materialmente, él me proveía lo que necesitaba y muchas cosas más. Independientemente de ello, yo le estaba cogiendo mucho aprecio, ambos caímos en blando al toparnos. Él necesitaba alguien a quién guiar y yo necesitaba ser guiada.

A menudo pasaba tiempo en su casa y eso le hacía feliz, no dudaba en sacar a relucir sus historias de juventud, y cualquier cosa de la cual él quisiera hablar, yo era todo oídos, y viceversa.

La familia de Michael se hizo añicos hace más de diez años cuando él cometió el grave error de acostarse con su secretaria, la cual al no ser correspondida sentimentalmente por Michael no dudó en hacérselo saber a la esposa, hijos y cual más que se le pusiera en frente.

Lo cual le acarreó un divorcio tormentoso, una demanda por adulterio y la pérdida de la patria protestad de los dos hijos, Mary Lou y Jared. La madre de los chicos les inculcó el odio hacia su padre, a pesar de este quererlos tanto. Como consecuencia, Michael envejeció solo, en una mansión, con sus millones de dólares. Dicho anteriormente por él, los hijos solo lo buscan por dinero y hasta la fecha, la mujer cada que puede destila veneno hacia él.

Abiertamente manifestaba su tristeza al no poder ver a sus hijos crecer, los jóvenes tienen mi edad, veinte años, aproximadamente.

Entre más tiempo pasaba con él, más entendía ese deseo suyo por tratarme como a una hija.

•••

El segundo semestre marchaba viento en popa, no podía quejarme. La única cosa que me estaba atormentado un poco, era que necesitaba con urgencia la firma de mi padre o tutor legal, ya que por haber perdido la beca y ser estudiante extranjera, era pertinente hacer una reinscripción. Sonia había sugerido enviar los documentos de inscripción a mi madre vía correo electrónico para que ella los devolviera firmados y escaneados. Y si, la idea era viable, siempre y cuando mi mamá supiera que había perdido la beca.

—¿Michael?—dije al entrar en su oficina un sábado que había pasado en su casa.

—Díme.

—Necesito asesoría legal—me senté frente a su escritorio.

Abrió los ojos como platos y cerró la laptop.

—¿A quién mataste?—preguntó.

Me eché a reír.

—No, a nadie—hice una pausa. —Lo que sucede es que por perder la beca y por ser extranjera necesito forzosamente hacer de nuevo el papelero de inscripción y necesito la firma de mi madre. ¿Hay manera de esquivar ese proceso, o en su defecto, falsificar la firma?.

—¡No!—respondió tajante. —Jamás hagas eso, falsificar firmas está penado—se quedó pensativo unos momentos mientras tomó el móvil y rápidamente tecleó un número que se sabía de memoria. Con la mano me hizo el gesto de que me esperara un poco.

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