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—Sebastian, explícame a que te refieres con eso —le exigí saber.

Él continuó mirando los edificios y sorbió de su copa.

—No se ni como explicarlo —hablaba sin mirarame.

La ansiedad me invadió, no lograba explicarme qué sucedía, no me miraba. Estaba ahí como una estatua, una estatua perfectamente tallada.

—Ven —ordenó desganado.

Cogió mi mano y me llevó con él hasta el estudio. De primera estancia llenó un vaso de vidrio con whiskey de la licorera que descansaba en una pequeña mesa.

—¡No bebas más! —intenté quitar el vaso de su mano —Estás revolviendo alcohol.

—Amelia, no soy tu hijo —su fuerza me venció y se empinó el licor.

Suspiré resignada. Él era imposible de lidiar.

Me senté en el sofá y él en su silla de escritorio. El misterio que se traía entre manos me tenía los nervios de punta. Quería leer su mente y sacarle eso que no me estaba contando.

—¿Ya me vas a decir? —pregunté impaciente.

—Esto no es fácil de digerir, te suplico mantener la cabeza fría —dijo con mucha seriedad —Te contaré desde el principio.

Me crucé de piernas y esperé lo peor.

El New York Financial había sido acusado de presunta participación en lavado de dinero proveniente del narcotráfico mexicano y colombiano, todo esto remontándose a la época en que el difunto fundador de la institución bancaria -y padre de Sebastian- estaba al mando. La investigación fue abierta por un grupo de especialistas del periódico Wall Street Journal encabezados por la periodista Angela Hyland un par de años antes de la muerte de aquel hombre.

El caso fue cerrado como inconcluso antes de salir a la luz pública la documentación que verificaba los hechos, el padre de Stan había logrado disuadir los rumores y con un convenio monetario logró silenciar a los periodistas.

Al morir él, la empresa pasó a manos de Sebastian quien desconocía todo sobre los negocios ilícitos de su padre, quedando con una empresa manchada a su cargo.

Hyland buscó al heredero con el afán de hacerle saber lo que había acontecido años atrás, Sebastian quedó atónito con todo lo que ella le había mostrado. El WSJ pasaba por una crisis financiera y los números del NYF estaban por los cielos, así que el trato fue dinero a cambio de buena publicidad.

Así lo manejaron unos cuantos meses hasta que Sebastian descubrió que Angela quería establecer una relación con él, aprovechándose de eso el trato ahora involucraba dinero y sexo. La mujer estaba fascinada y había olvidado completamente el asunto del lavado.

—Hasta que llegué yo y no pudiste continuar acostándote con ella —añadí con un hilo de voz —Arruiné todo.

Las lágrimas estaban atascadas y me anudaban la garganta. Me sentía tan culpable y a la vez tan sorprendida.

—Tu no arruinaste mi vida, sino todo lo contrario —dijo y me sonrió débilmente —Pero en efecto tu llegada me deslindó completamente de ella.

Los primeros tres años que llevábamos juntos ella no había amenazado con sacar a la luz los documentos pues la cuota monetaria se seguía pagando, el cuarto y reciente año ella le había estado enviando mensajes por privado amenazando con publicar todo. Sebastian estaba haciendo caso omiso. La última llamada que Angela le hizo prometió publicar la investigación la siguiente semana, tenían los días contados.

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