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Multimedia | "TALK ME DOWN" Troye Sivan.

       

Para algunas parejas su pasatiempo predilecto es cocinar juntos o ir al cine a ver la película de moda; sin embargo, Amelia y yo no funcionábamos de esa manera, nosotros encontrábamos un peculiar placer en pelear.

Un día sin un altercado era como un día sin decirnos «te amo».

Lo que comenzó como una atmosfera carmesí se fue pigmentando de azul con el paso del tiempo hasta envolvernos en un púrpura.

Nuestra relación era así: ni roja, ni azul, ni rosa. Púrpura.

Cada día ella maduraba más, y cada día yo me iba volviendo un tanto patético.

Si salíamos a cenar era seguro que acabaríamos gritándonos, ella llorando y maldiciéndome, arrojándome algún objeto que tuviera a su paso. Mientras yo perdería la cabeza intentando explicarle que no estaba coqueteando con la mesera, sujetando con firmeza sus delicadas muñecas para evitar el manoteo. En el punto más crítico nos lanzaríamos uno a los brazos del otro para dirigirnos a la zona de guerra: la cama.

Entre besos y caricias; algunas suaves, algunas intensas, descargaríamos nuestra rabia, y limamos asperezas.

Al cabo de un par de horas ella duerme como un ángel recostada en mi pecho mientras yo no puedo dejar de deslizar mis dedos entre su cabello como si intentara excavar en su cabeza y poder comprender que era lo que pensaba, que quería de mí, de la relación, porqué esos cambios tan drásticos de humor y de parecer.

Se perfectamente que la mente de la mujer es una complejidad, pero ella nunca se sabe.

A veces es tan sencillo saber que quiere o que piensa. Pero a veces me quiero sorrajar contra la pared por la frustración de no saber.

Claramente el problema no es cien por ciento ella, también reconozco que he sido pieza clave en el deterioro de esta relación. Estoy consciente de que si ella me cela es porque he sabido crearme fama. Porque en incontables ocasiones no le he dedicado el tiempo que ella merece, porque le he dado malas contestaciones.

Siempre que pienso en retrospectiva las veces que le he decepcionado y que no he sido lo que ella merece, me tienta la idea de terminar lo nuestro. De simplemente dejarla ir, que sea libre y feliz a lado de algún hombre que no esté tan contaminado como yo.

Pienso y pienso hasta que me comienzo a convencer, pero luego pasa frente a mí, tan perfecta y tan adorable que lo único que termina rondando en mi cabeza es que no concibo la vida sin ella.

Y me esfuerzo, trato y hago lo que en medida de mis posibilidades está por hacerla feliz. Porque es mía y es mi trabajo asegurarme que esté bien sentimental y materialmente. Aunque ella no necesite ni esté interesada en mi dinero yo pongo el mundo a sus pies.

No todo siempre es malo, no todo siempre es batalla. Tenemos infinidad de recuerdos muy agradables recopilados en estos años, es muy reconfortante llegar a casa y contar con su recibimiento, tener alguien con quien charlar, con quien reír, con quien llorar.

Nunca podré terminarle de agradecer la labor que realizó al colaborar con nosotros en el proceso de recuperación de la empresa. Después de esa racha tan difícil supe que en ella había encontrado a mi brazo derecho, a la compañera de mi vida y no importaba lo que viniera porque siempre estaría para mí. Es de esos momentos en los que uno se siente pleno y sereno, que si se viene el mundo encima no pasa nada porque esa persona está ahí.

Después de tanto andar y rodar por el mundo cometiendo errores es momento de sentar cabeza y ser un hombre de bien. Ella logra sacar ese lado bueno de mí, la mejor versión de mi mismo.

Podrán los azotes de puerta hacer retumbar la casa, mis nudillos y las copas con vino podrán estrellarse en la pared, las lágrimas podrán colmarle el rostro, y nuestra paciencia podría estar tan agotada como nuestras gargantas por tanto gritarnos pero al final del día lo único que siempre querré será acostarme a su lado, en paz, tomar su mano y susurrarle un te amo al oído antes de dormir.