Epílogo.

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Multimedia | "Sea of Love" Cat Power.



       

Trescientos metros frente a la costa principal de Aruba, en el caribe holandés, se encontraba la Renaissance, una pequeña y privada isla donde el agua es cristalina y la arena pálida hacía contraste con los flamencos color rosa que habitaban ahí.

Fue ahí donde después de un arduo debate, decidimos pasar nuestra luna de miel. Un año posterior a la boda. Porque más vale tarde que nunca.

Mi trabajo nos había impedido escaparnos más días de los correspondientes al fin de semana, tuve que esperar a cumplir un año para solicitar mis vacaciones correspondientes al primer aniversario en COS.

Salí del hotel solo con mi teléfono celular en mano y dejé a mi ocupado esposo trabajar en calma. Porque de los cuatro días que llevábamos en aquella isla no me había permitido explorar por mi propia cuenta el lugar que tanto insistí en visitar.

Recorrí las dos piscinas del resort abriéndome espacio entre los huéspedes y turistas que permanecían ahí sin importarles mucho la puesta de sol. Observé a dos chicas en las reposeras que estaban asoleándose desde que bajamos a desayunar y corroboro que no se han movido en todo el santo día porque sus pieles están tan tostadas que con solo verlas sentí ardor.

En la zona las piscinas y reposeras el olor a bloqueador solar es muy fuerte. El bar está lleno, a toda hora. Escuchaba entre voces muchos idiomas distintos al inglés. Demasiada gente, para mi gusto.

Finalmente pasé el tumulto y llegué al área de la playa. Con cuidado me quité las sandalias y caminé sosteniéndolas en mano. Me alejé lo más que pude de las palapas y reposeras que todavía estaban concurridas a pesar de la hora. Necesitaba un momento a solas y el montón de turistas europeos no serían de mucha ayuda.

Me tomé todo el tiempo del mundo para caminar por la orilla de la playa, sintiendo la arena suelta en mis plantas, guardando la sensación en mi memoria porque nunca había estado en un lugar así, porque en Nueva York solo se camina en tacones sobre el asfalto.

Conforme me alejaba, el bullicio de la gente se iba difuminando al grado de volverse inaudible, fue ahí donde decidí detener mi caminata por respeto a mis pantorillas que habían sufrido calambres la noche anterior.

Dejé que el agua tocara mis pies, estaba cálida. Definitivamente iba a extrañar esa playa. Miré a mí alrededor y no encontré nada más que mar, arena, palmeras y un lujoso hotel a lo lejos. Ahí no se escuchaban los cláxones de cientos de automóviles, ni ningún ruido perteneciente a la ajetreada urbanización de la ciudad.

Me gustaba esa isla, y también le gustaba al pequeño bailarín que se ocultaba en el creciente abultamiento debajo del vestido de algodón que llevaba puesto. Se movía considerablemente e involuntariamente me llevé las manos al vientre como si fuera capaz de sentirme.

—¿Estás contento, bebé? —le pregunté con una voz tan dulce que hasta a mí me sorprendía—. Yo también lo estoy. Prometo traerte cuando ya sepas caminar.

El bailarín dejó de moverse, creí que le calmaba el sonido de mi voz. O tal vez era capaz de escuchar el suave oleaje.

—Vamos a sentarnos un momento, papá debe seguir ocupado y tú y yo necesitamos descansar.

Con mucho cuidado bajé de a poco hasta quedar bien sentada sobre la arena, estiré mis piernas a lo largo y mis tobillos lo agradecieron. Revisé mi teléfono y creí que sería buena idea llamar a Jay. Pulsé su contacto y activé el altavoz, al segundo timbre mi mejor amigo atendió.

—Estaba esperando tu llamada —se anticipó a decir alegremente—. Cuéntame cómo te está yendo.

Podía imaginarlo alzando los pies sobre el escritorio, listo para una buena plática.

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