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        Hice un esfuerzo casi sobrehumano para poder abrir los ojos. El rostro entumecido, la mandíbula tensa y unas punzadas que taladraban mi cabeza me indicaban que había pasado una noche de perros. La cama estaba vacía, no se veía rastro de mis amigos en la suite.

Me levanté con lentitud, sentía el cuerpo envarado como si hubiera tenido una rutina exhaustiva de ejercicios. Lo primero que hice fue ir a buscar un Tylenol.

Vaya noche de estrés pasé antes de mi boda.

—Mi boda —dije para mí misma con mucho asombro cuando caí en mi realidad, era el día de mi boda.

Estuve sentada unos cuantos minutos en la orilla cama con un vaso de agua en las manos después de haberme tomado dos comprimidos para el dolor de cabeza. Usualmente me tomaba uno, pero dadas las circunstancias opté por duplicar la dosis de analgésicos.

Mi celular comenzó a emitir ese sonido irritante de marimba, me vi obligada a levantarme a atender la llamada.

—Hola —saludé con desgane, mi voz sonaba mormada.

—No sé si esto vaya contra la tradición pero, quería saber cómo pasaste la noche —me dijo mi casi-esposo del otro lado de la línea—. Te acabas de despertar, ¿verdad?

Bostecé y me delaté.

—Está usted muy perceptivo el día de hoy, señor —seguí hablando con flojera—. Pasé una noche espantosa, me sentía nerviosa y dormí poco.

Alcancé a escucharle refunfuñar por lo bajo.

—Muy mal, Amelia. Espero no te quedes dormida en el altar.

—No te preocupes, primero doy el y firmo. Y una vez que seas mío legalmente ya puedo quedarme dormida —bromeé y sentí el efecto de la pastilla comenzando a favorecer mi estado de ánimo.

—Si te sirve saber, nosotros tuvimos una noche tranquila. Unos cuantos tragos y nada del otro mundo —se escudó de inmediato—. Ahora estoy trabajando.

Por Dios, maldita adicción al trabajo la suya.

—¿Trabajando el día de tu boda? —reproché—. Espero no me dejes plantada en el altar por ir a una junta.

Él se echó a reír armoniosamente.

—Primero doy el , firmo el acta y una vez que seas mía legalmente ya puedo atender mis reuniones de negocios.

Me estaba devolviendo el golpe citando lo que le acababa de decir.

—En serio, no llegues tarde —le pedí encarecidamente.

—Yo nunca llego tarde a ningún lado.

—Lo sé —admití que tenía razón—. Entonces, nos vemos más tarde.

—Ya no puedo esperar —sonaba muy entusiasmado—. Por cierto, sé que acordamos posponer la luna de miel para no interferir con tu trabajo pero espero puedas ausentarte el lunes en la oficina porque tengo una sorpresa para hoy, después de la ceremonia.

—Probablemente mi jefe se enoje si me reporto enferma el lunes justo cuando acaba de celebrarse mi boda, pero... supongo que no podrá despedirme por ello.

Estaba emocionada, la euforia de la boda, la fiesta y la sorpresa que Sebastian tenía entre manos estaban causando efecto en mí.

—Perfecto —celebró complacido—. Entonces desayuna, arréglate y no te preocupes por nada que cuando llegues al altar ahí estaré esperando por ti. Todo saldrá bien, te lo aseguro.

Mi corazón se expandió, lleno de felicidad.

—Gracias —me sentía más tranquila con sus palabras—. Hasta al rato.

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