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En punto de las cinco de la tarde apagué la computadora, guardé mis documentos en la carpeta y le di una veloz compostura a mi escritorio. Post-it alineados, lapiceros en orden, agenda cerrada.

Porque a nadie le gusta llegar a trabajar por las mañanas y encontrar su lugar desordenado.

Al salir, Demian me llamó a su oficina, debí suponer que seguía ahí pues nunca le vi abandonar el área. Dos compañeros que permanecían apagando sus equipos me miraron extrañados, estaban tan confundidos como yo, preguntándose que podría querer mi jefe a plena hora de salida.

—¿Me llamabas? —le pregunté al asomarme por el umbral de la puerta.

El moreno me sonrió amablemente y señaló la silla frente a su escritorio, ordenándome tomar asiento. Obedecí y me acomodé, esperando lo que fuera que quisiera decirme.

—¿Algo que quieras comenta al respecto? —extendió en el escritorio el ejemplar de la revista New York Life, abierta en la página donde se hablaba de mi compromiso.

Miré en varias direcciones, contuve una risita nerviosa, el rostro de mi jefe me causaba gracia.

—¿Tiene algo de malo? —no entendía el alboroto.

—Depende —respondió tajante.

—¿De qué? —insistí.

El hombre enderezó su postura, y tomó la revista cerrándola y dejándola de lado.

—Amelia, cuando entraste a laborar con nosotros nunca comentaste sobre esto. Debes saber que esto puede resultar contraproducente para la compañía.

—Contraproducente —afirmé. —¿En qué sentido, Demian?

—En el sentido de que una compañía que trabaja en mejorar la imagen mediática de grandes empresas no puede tener en su equipo a la esposa de un importante empresario. Podría pensarse que habrá fugas de información, o convenios a favor. También generará especulaciones sobre tu contratación, dará pie a pensar que te absorbimos solo por el apellido y no por lo que sabes hacer. Aparte, creo que es injusto que teniendo millones en tu cuenta bancaria te demos un empleo cuando hay cientos de politólogos desempleados allá afuera.

Ladeé la cabeza intentado no perder la paciencia. Por debajo del escritorio tronaba mis dedos impaciente.

—Entonces estás despidiéndome solo porque me voy a casar con un hombre que tiene dinero, escudándote en el hecho de que no merezco el empleo porque tengo, según tú, millones en la cuenta. Y por lo que puedan pensar los clientes.

—No tanto así, se someterá a discusión con el consejo. Mentiste en la entrevista, nunca mencionaste tu compromiso.

—Error —le corregí con la mayor amabilidad posible. —Ustedes me preguntaron sobre mi estado civil y yo dije que estaba comprometida, pero nunca me preguntaron con quién. De haber hecho un estudio a fondo de los candidatos al puesto habrían sabido todo. Entonces creo que al consejo no le gustará saber que contrataron una persona sin haber seguido el proceso de estudio que marcan sus políticas.

Demian se mordió la lengua, no tenía cara para decirme nada.

—Creo que no será necesario llevar el caso hasta el consejo —agregó. —Solo te pido mucha discreción con la información que se maneja en la empresa, tenemos datos delicados de grandes compañías.

—Solo déjame hacer mi trabajo en paz, Demian. Mis asuntos personales no tienen nada que ver con mi vida laboral.

—Eso espero —respondió amenazante.

—¿Es todo? —le pregunté antes de levantarme.

—Sí, es todo, puedes irte.

Lo primero que vi al salir del edificio fue el Mercedes plateado y dentro de este al guapo dueño del vehículo, estacionado descaradamente frente a las puertas del inmueble.

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