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Una voz tan lejana pero clara al mismo tiempo, me pedía despertar, me declaraba amor una y otra vez. Quería responder pero estaba segura de que no podría escucharme.

Estaba desesperada, me encontraba consciente de mi entorno pero era incapaz de moverme o emitir algún sonido. Perfectamente sentí el toque suave de una mano sobre la mía.

Aquí venía, podía sentirlo, estaba cerca ese tan ansiado despertar. No podía esperar más, quería verlo todo. La penumbra comenzaba a causarme ansiedad.

Y de repente, con mucha lentitud, abrí los ojos.

Sentí como si despertara después de un sueño que duró por años, estaba desconcertada y me fue difícil asentarme en mi realidad.
Los párpados me pesaban, la luz fría del hospital no me permitió abrir los ojos de tajo.

¿Un hospital?
¿Qué diablos hacía en el hospital?

Dos médicos entraron para abordarme y revisarme por todos lados, presionaban mis muñecas, tomaron mi pulso e intercambiaban comentarios entre ellos pero no alcancé a procesar que decían.

Comencé a alterarme. No veía ningún rostro conocido. ¿Acaso estaba perdida?.

—¿Amelia, cómo estás? —me preguntó el doctor más viejo.

Si, yo me llamaba Amelia. Era correcto.

—Bien —respondí con entonación interrogante.

Al mismo tiempo entraron dos personas más a la habitación. El alma me volvió al cuerpo cuando vi que uno de ellos era mi madre. Una sensación de tranquilidad y protección me invadió.

Se acercó y me preguntó si la recordaba. Asentí, por supuesto que la recordaba. Su voz y su olor los llevaba tan presentes.
Pero, si mi madre estaba aquí, eso solo podría significar dos cosas: yo estaba en Londres o había enfermado de gravedad y ella viajó a verme.

Dirigí la mirada al hombre que venía con ella y me agradó a primera instancia. Probablemente lo conocía pero no sabía de donde.

Él jamás se acercó, permaneció de pie, a una distancia considerable de nosotras.

Mi madre acariciaba mi cabello una y otra vez. Sus ojos vidriosos me decían que había estado sufriendo por mi estado. Me alarmé. Quería saber que me sucedió y porqué esperaban tan ansiosos mi despertar.

—Iré a buscar a Charles —le dijo Nora al castaño que le acompañaba —¿Puedes quedarte con ella?

¿Charles el médico?

—Claro, aquí estaré —respondió él.

Era él. Él me había estado hablando todo el tiempo. En medio de un espesor que nublaba mis recuerdos su voz aterciopelada sobresalía.

La rubia salió y entonces él se acercó a mi. Mi mente trabajaba tanto y a la vez mi rostro no mostraba signos de vida. Era como una carcasa nada más.

—¿Estás bien? —me preguntó con cierto temor.

—Dime como llegué aquí, por favor —le pedí con un hilo de voz.

Respiró con pesadez y frotó su barbilla con nerviosismo.
¿Tan grave había sido como para reaccionar así?.

—Todo a su tiempo, nena, no te podemos saturar de información —me sugirió con dulzura.

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