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El cansancio era enorme, pero no tanto como mi desilusión. A pesar de que mi cuerpo pedía a gritos reposo y horas de sueño, mis ojos se negaban. Las ideas daban vueltas en mi cabeza como si de un carrusel se tratara. Se perfectamente que el cerebro es aquel que alberga las emociones, pero podía jurar que sentía el dolor proveniente desde el corazón, expandiéndose como veneno por todos lados.

El dramatismo no era una de mis virtudes, sin embargo no podía permitirme seguir en el mismo espacio que él después de lo sucedido; y no porque estuviera molesta son él, sino porque cada vez me era más difícil soportar el compartir espacio sin sentir la inminente necesidad de tocarle, mirarle y disfrutar su presencia.

Dejé pasar un par de horas hasta asegurarme de que podía estar completamente dormido; tomé mi bolso, las llaves del Mini y abandoné la morada. Era preciso tener una conversación de carácter urgente con una persona mayor, y quien mejor que mi querido Michael para desahogar mis penas y revelar mi desasosiego.

Me encontraba en un sumo estado de vulnerabilidad, como pocas veces me había sentido en la vida; cada olor, cada roce, cada visión, todo me afectaba. Apagué la radio, incluso la música y sus constantes temáticas románticas me comenzaban a aturdir.

—Amelia, ¿qué sucede? —preguntó Michael al verme de pie en su umbral.

Verlo me hizo sentir como en casa.

—¿Puedo pasar? —pregunté de vuelta, la voz se me comenzaba a entrecortar.

Sacudió la cabeza un par de veces y acto seguido me cedió el paso, sin decir nada, me tomó por los hombros y me condujo hasta la sala de estar, ambos tomamos asiento en el sofá. La preocupación le inundaba el rostro, sin embargo, esperó paciente el momento en que estuviera lista para hablar.

Y justo antes de poder articular las palabras, las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas.

—¿Crees que soy indigna de merecer a alguien? —pregunté.

—Pienso que cualquiera que te haya hecho sentir eso es idiota, y por lo tanto indigno de ti.

—No me estas entendiendo —respondí con desesperación.

—Te estoy entendiendo más de lo que crees. Esto ya lo veía venir —negó un par de veces con la cabeza —De igual manera, cuéntame.

—Hay un... hombre, que pagó una gran cantidad de dinero en la agencia para firmar contrato conmigo, siempre se mostró atento, responsable y sobreprotector conmigo. Con el paso del tiempo comenzamos a convivir, y confundí totalmente las cosas, pensé que tenía sentimientos por mí y al final dijo que no, que él no me podía ver con otros ojos —respondí con un hilo de voz, a duras penas, no lograba alzar un poco más la voz, como si me avergonzara hablar de ello.

—¿Cuántos años tiene? —preguntó curioso.

—Treinta y dos —respondí apenada.

Michael se llevó las manos a la cabeza con exasperación.

—No, no mi niña, las cosas no son así —se acercó a mí y tomó mis manos entre las suyas, palmeando un par de veces sobre ellas que descansaban en mi regazo —Eres tan joven y llena de vida como para desperdiciar tus mejores años sufriendo por un simple flechazo.

—No es un simple flechazo Michael, estoy enamorada de él.

—Estar deslumbrado por la belleza de alguien o por su estilo de vida no es lo mismo que estar enamorado —argumentó pasivamente —A ver, dime, ¿por qué es tan especial ese caballero?

—No es especial, es único —y una sonrisa se comenzó a dibujar en mi rostro —Es inteligente, culto, educado; cuando él aparece me roba el aliento. Y no es por el dinero, podría no tener un penique y aun así estaría pendiendo de un hilo por él.

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