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Cada hora transcurrida Sebastian, Jay y Nora se mantenían en el hospital, esperando novedades ya sea buenas o en el peor de los casos, malas.

Jessica insistía en que debían ser pacientes y permitirle a Amelia su adecuada recuperación. Ella confiaba en que despertaría de aquel coma inducido, le habían tocado casos similares en los que el paciente se recuperaba exitosamente.

Los dos mejores -y únicos- amigos de Amelia se apartaron un minuto de la sala de espera y fueron a la cafetería en búsqueda de un café.

—Jess, ¿no tendrás problemas en el hospital? —se refería Jay al empleo de la rubia en Los Ángeles.

Ella negó con un gesto pícaro en el rostro.

—Cuando sales con el director del hospital tienes muchos beneficios —le respondió mientras endulzaba el macchiato.

Jay se quedó boquiabierto.

—Eres una...

Ambos rieron y se lanzaron una mirada de complicidad. Tenía varios días que no sonreían así.

—Nada más que A despierte prometo darles detalles de todo —prometió esperanzada de que su amiga saldría sana y salva.

—Eso espero Jess, la verdad es que me angustia mucho todo esto.

Las sonrisas se esfumaron y el par cayó en la realidad.

—Ya les dije, es cuestión de días, ella despertará.

—Y aquel no se ha movido ni un segundo —refiriéndose a Sebastian como aquel.

Jessica bufó, no le caía en gracia Sebastian, en lo más mínimo.

—Casi me le voy encima cuando lo vi —su mirada se perdió por un momento —Aunque se le agradece todo lo que ha hecho en estos días. Solo que si Nora supiera la verdad, le habría prohibido acercarse.

Jay asintió, dándole la razón. Ambos caminaron de vuelta a la sala de espera. Los tacones de Jessica sonaban armoniosamente sobre el porcelanato blanco.

—Yo hablé con él ayer, no pude evitar decirle cómo estaban las cosas y lo mucho que había arruinado a nuestra amiga.

—Habrá que ver la decisión que tomará ella cuando despierte.

—O la reacción que tendrá al verlo —añadió él.

Al volver se encontraron solo con Nora y su esposo, Sebastian había entrado a ver a Amelia.

•••


Sin mostrar señales de mejora Amelia seguía en aquella cama.
Lo único que  se veía ligeramente compuesto eran las heridas superficiales, pero nada de eso bastaba, ella seguía sin despertar.

Sebastian y Nora eran los únicos que accesaban a la habitación. Nora entraba pocas veces, no se sentía mentalmente fuerte para ver a su hija en ese estado, por su parte, Sebastian no se despegaba de ella.

—Hola cariño —le saludó al entrar, como si ella pudiera escucharle.

Llevaba en mano "Orgullo y Prejuicio" de Jane Austen, clásico pero uno de los favoritos de su chica. Porque para él, Amelia seguía siendo suya y siempre lo sería.

Depositó un beso lleno de adoración en su frente y le pasó la mano por el cabello.

—A ver, déjame ver en qué capítulo me quedé anoche.

Sebastian le hablaba con mucha naturalidad, a sabiendas de que no le iba a responder él albergaba la esperanza de que al menos pudiera escucharle.

Se acomodó en aquella silla acojinada y abrió el libro en la página que marcaba el separador.

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