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Multimedia | "Angels" The XX

Un mes había pasado desde el funeral de Michael, aunque trataba de mantener mi mente ocupada entre la universidad y mi empleo, no podía estar en plena calma. Nunca había vivido la muerte tan cerca y en momentos tan críticos de mi vida.

Sebastian me aconsejaba no profundizar tanto en mi pena, pues según él, todo tiene su final en algún punto del camino. La muerte de su padre le había afectado sobre manera, pero aprendió a vivir con ello. El tiempo curaría todo.

Pero, mientras el tiempo hacía su trabajo, el duelo era doloroso y difícil.

A diario intentaba localizar a los hijos de Michael, pero era como si a ellos se los hubiese tragado la tierra.

Mis amigas trataban por todos los medios de sacarme de mi rutina la mayor cantidad de días posibles; probaron noche de películas, fiestas, paseos y demás actividades.

Cada día las cosas parecían mejorar.

...

El viernes al medio día, justo al salir de clases, recibí una llamada de un número desconocido, pensé en ignorarla, pero mejor decidí atenderla.

—¿Hola? —respondí dudosa.

—Hola, ¿eres Amelia West? —preguntó un hombre con tono amable.

—¿Quién es? —no pensaba dar mi nombre hasta no saber de qué se tratara.

—Terry Jenkins, abogado del difunto señor Cameron —respondió.

Claro, Jenkins, el abogado que había visto el caso de la tutela.

—Dígame, ¿en qué le puedo servir?

—Necesito que pases por mi oficina. Hay un par de asuntos que el señor Cameron pidió arreglar antes de su muerte ¿Puedes venir en este momento? Estoy en Brooklyn.

Calculé mis tiempos y tenía dos horas libres antes de llegar a la oficina, y en caso de excederme de tiempo avisaría a Ángela.

—Claro, estaría ahí en menos de una hora.

—De preferencia, con un adulto, pues por ser menor de veintiún años hay documentos que aún no puedes firmar.

No entendía de qué clase de documentos estaba hablando. De igual manera confirmé mi visita. Anoté su dirección y me encaminé hacia su oficina, no sin antes hacer una escala en el edificio del NY Financial.

Dejé el Mini estacionado en la acera frente a las imponentes puertas automáticas de cristal templado que daban acceso al lugar.

Sin pedir acceso, subí hasta el último piso. Saludé a la amable Andy y me dirigí hasta la oficina de su jefe.

Llamé a la puerta un par de veces. Y ahí estaba él, profundamente concentrado en su trabajo, revisando números, números y más números. Al verme entrar, cerró la laptop y me regaló una educada y arrebatadora sonrisa. De esas que solo él puede.

—¿No deberías estar en clases? —preguntó mientras dirigía su mirada al costoso reloj de pulsera que llevaba.

—El profesor de la última hora no se presentó —respondí y me acomodé en una de las sillas.

—Y decidiste venir a visitarme —inquirió

—No especialmente, más bien vine a pedirte un favor —asintió con la cabeza, dándome margen para continuar hablando —Me habló el abogado de Michael, quiere que vaya a verlo ahorita, no me dijo para qué, pero me pidió ir con alguien mayor a veintiún años, y... quería ver si me puedes acompañar.

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