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—Nena creo que esto no es buena idea —dijo temeroso Jay mientras —La pobre Jen se ve muy asustada.

Lauren y Jessica reían tratando de no sonar demasiado chifladas.

—Cálmense —les exigí —Si se da cuenta los mato a los tres.

Desde la distancia, en una mesa arrinconada de la terraza de un lujoso bar de la ciudad observábamos detenidamente la barra en la planta baja, en dicha barra se encontraba Sebastian tomando unos tragos con un amigo suyo, al cual vería esa noche según me había platicado días anteriores, aunque ni siquiera pensé que tuviera amigos, ambos iban vestidos de traje, daba la pinta de también ser empresario, bastante guapo el acompañante pero ni remotamente se podía comparar con el dios griego.

Después del último encuentro que tuvimos, me estaba quedando bastante claro que los sentimientos que Sebastian decía tener por mi eran bastante sólidos. Me llenó de regalos ridículamente ostentosos y fuera de lo convencional; me envió libros que jamás creí encontrar a la venta, flores preciosas, y prendas de diseñador simplemente divinas. En un principio decidí no aceptarlas pues lo creí un gasto innecesario, pero si a él le hacía feliz darme todas esas cosas, entonces no pondría objeción.

Muy aparte de lo material, se estaba comportando de una manera diferente, pese a que no nos habíamos visto desde aquella vez eso no fue impedimento para que me telefoneara a menudo y se interesara por mis clases, mi trabajo. A veces me extendía demasiado tiempo contándole sobre algún tema sin importancia y él me escuchaba atentamente como si se tratara del tema más apasionante.

Sin embargo no todo estaba ganado, le había sometido a distintas pruebas, y ya era justo el momento de acabar con nuestra agonía, claramente él quería estar conmigo y yo quería estar con él pero no me atrevería a dar el siguiente paso hasta la prueba decisiva. Jay había propuesto a Jen, una de sus más recientes sugar babies, la chica era exquisita de pies a cabeza, rubia, curvas de infarto y una personalidad demasiado agradable, por no decir fácil. De esas que son la debilidad de mí hombre. Y que mejor lugar que un bar privado para llevar a cabo el cometido.

El plan estaba funcionando a la perfección, la mesa que reservamos estaba lo suficientemente bien escondida con una vista perfecta a la barra, constantemente las chicas que se acercaban a la barra recorrían con la mirada la perfecta composición de Sebastian y no era para menos, ese traje le sentaba de maravilla. Luchaba contra el impulso de bajar y sacarlo de ahí, llevarlo a casa donde ninguna arpía pudiera verlo, era mío. Solo mío.

—Ese hombre es un imán de mujeres —comentó asustada Lauren —¿No te da miedo que en cualquier momento se pueda ir con otra? —preguntó angustiada.

Jessica y Jay le dedicaron una mirada asesina.

—A ver, querida —comenzó Jay —¿No te ha quedado claro todo lo que ese hombre ha hecho por conquistarla?

—Dale crédito a nuestra amiga, ella es preciosa y lo tiene comiendo de su mano —agregó Jess abrazándome con su brazo derecho.

—Lo sé, yo solo decía, a mí me llenaría de inseguridad salir con un hombre así —concluyó Lauren dando por cerrado el tema.

Les hice un ademán con ambas manos para que pararan su discusión, lo que menos quería era montar una escena y ser descubiertas. Como siempre, los tres siguieron mis órdenes, por alguna razón era la mandona del grupo.

Al cabo de casi una hora de permanencia en el lugar, Jen hizo su entrada triunfal, arrancando miradas por donde pasaba, un hueco en el estómago me causó dolor al verla acercarse a los dos hombres apuestos que conversaban tranquilamente en la barra.

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