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La madre de Sebastian estaba en la ciudad, junto con Brooke y su novio, Will. Habían decidido llegar una semana antes de la boda para instalarse con calma y de paso darle un tour al chico que nunca había estado en Nueva York.

Mi madre y Charles también habían llegado con cuatro días de anticipación pues al igual que Will tenían deseos de explorar la gran manzana.

Y desde luego, Jessica había vuelto a casa en compañía de su pareja más duradera, el doctor Harrods.

Con tantas visitas presentes era difícil concentrarse en mis actividades diarias, al salir de la oficina yo ya tenía algún plan que involucraba a mi familia junto con la familia de Sebastian. Me sentía agotada, pero a gusto de tener a mi madre conmigo al menos unos cuantos días.

Para nuestra suerte, Elizabeth y Nora hicieron buenas migas y todos podíamos ir a visitar los mismos sitios turísticos.

Ambas mujeres, junto con Jessica, Brooke y por supuesto, Jay, estuvieron presentes en la última prueba de vestido. Me divertía como cotilleaban entre ellas como si fueran amigas desde hace mucho tiempo; a pesar de la diferencia de edades, estatus y preferencias. La madre de los Stan se comportaba a la altura conmigo, pues aunque había dejado claro que nunca sería de su completo agrado, al menos intentaba no mostrar su desprecio para conmigo.

Por su parte, los caballeros habían salido a ver un juego de lacross.

Tener casa llena resultaba difícil de lidiar para un par de huraños como Sebastian y yo que ya nos habíamos mal acostumbrado a vivir únicamente nosotros dos solos, y las únicas personas que veíamos en el hogar eran Arthur aparte del personal de limpieza y seguridad.

La noche del jueves ofrecimos una pequeña cena en nuestro apartamento, con los mismos invitados que teníamos en casa e incluidos Jessica, el doctor Harrods y Jay sin compañía, pues había decidido romper con Preston cuando se dio cuenta de que únicamente era un caza fortunas con bonita sonrisa.

Al vernos a todos compartir la misma mesa y convivir sanamente unos con otros en una velada muy amena me hizo recapacitar sobre la cantidad de invitados que teníamos en lista para la ceremonia, misma que llegaba casi a los cien invitados, claramente en su mayoría socios y amistades del novio socialité neoyorquino.

Sebastian miraba constantemente su reloj de pulso. Le pregunté discretamente si estaba bien, a lo que él respondió que sí, que mas tarde me contaría cuando estuviéramos a solas.

—¿Sucede algo, hijo? —preguntó Elizabeth en voz alta haciendo que las risas de disuadieran. —¿Algún compromiso pendiente?

Mi prometido carraspeó un poco y bebió de su copa para aclarar la garganta. Todos le miraban expectantes.

—Todo bien, madre —le respondió con calma. —Es solo que esperamos a un invitado más.

Tomó mi mano por debajo de la mesa en busca de apoyo moral por parte mía. Entonces, supe de quien estábamos hablando. Un silencio de escasos segundos se hizo, el cual fue interrumpido por el sonido del ascensor que nos indicaba la llegada de alguien más.

—Creo que ha llegado, iré a recibirle —anunció él, extendiéndome la mano para que le acompañara hasta la entrada.

Un hombre rubio de ojos celestes apareció en nuestro apartamento con equipaje en mano y una sonrisa en el rostro. Me sorprendió el parecido que tenía con sus dos hermanos menores e incluso, con su madre. A diferencia de su familia, él se veía más bronceado y supuse era por las prolongadas visitas a las playas del medio oriente.

—¡Nick! —le llamó efusivamente su hermano y ambos se unieron en un abrazo corto pero fuerte. —Que gusto tenerte aquí, bienvenido.

—Hermano, te ves muy bien —le elogió el mayor.

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