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Existen sueños de los cuales desearíamos nunca despertar, esos agradable y plácidos. Pero existen otros sueños en los cuales tenemos una batalla con el subconsciente para que nos permita volver a la realidad.

Esos sueños donde uno despierta con el cuerpo agarrotado, y generalmente atolondrado.

En mi sueño corría y buscaba con desesperación un refugio. El corredor se hacía más largo conforme avanzaba y detrás de cada puerta se encontraban mis más profundos miedos. Esos miedos que no se ven en ninguna película de terror sino que se ven día con día en la vida real.

Nada bueno se podía esperar de un sueño donde aparecen Ángela y Miranda juntas en una sala y mi madre mirándome con desaprobación desde otra habitación, entre otras cosas más. Sin embargo lo estaba consiguiendo, veía el final del corredor del terror. Y justo ahí, donde debía estar la salida me encontré con un invitante acantilado y sin pensarlo dos veces, salté.

Desperté con brusquedad, buscando desesperadamente a tientas la cama, quería comprobar que en efecto había sido una pesadilla y yo seguía en casa sana y salva. Un par de manos firmes me lo confirmaron.

—Amelia, tranquila...—me calmó con voz suave. Sebastian sujetaba mis hombros con delicadeza impidiéndome levantarme, examinando mi semblante. —¿Tuviste una pesadilla o te sientes mal?

Froté mis ojos para espabilarme, con las persianas abajo era difícil saber si era de día o de noche.

—Una pesadilla —afirmé. —¿Qué haces aquí? —recordé que al irme a dormir estaba sola en casa y él había salido a reunirse con un cliente.

—Pues aquí vivo —fingió indignación y a cambio de ese mal chiste recibió una mueca por parte mía. —Mi reunión acabó pronto y quise venir a ver si querías salir pero vi que descansabas y no quise molestar así que solo me quedé aquí por si necesitabas algo.

Había desperdiciado la mitad de mi sábado siendo improductiva y perezosa, pero no albergaba rastro de culpa pues después de una exhaustiva semana lo tenía bien merecido. La boda estaba por celebrarse el siguiente fin de semana y mi resistencia al estrés estaba por quebrarse.

Para mi suerte, Jay se había involucrado más de la cuenta en los preparativos y me acompañaba todas las citas con Rosie para ajustar detalles. Aparentemente todo estaba bajo control, no faltaba nada, sin embargo no lograba estar en plena paz.

Síndrome prematrimonial, supongo. Porque, ¿qué clase de novia sería si no estoy hecha un manojo de nervios antes de la boda?

Sebastian permaneció sentado en la orilla de la cama, esperando con brazos cruzados.

—Si no te molesta, prefiero quedarme aquí.

—¿No piensas comer? —protestó.

—No tengo hambre, y cuando me dé puedo pedir algo a domicilio.

Hizo un mohín de resignación, no podía argumentar nada porque no había necesidad de salir a hacer vida social en algún restaurant cuando Uber Eats funcionaba de maravilla.

—¿Puedo? —señaló con la mirada el estrecho espacio que había entre nosotros.

Con cuidado ocupó el lugar que le hice junto a mí, y nos entrelazamos tanto como fue posible. Me dediqué unos cuantos minutos a disfrutar comodidad de sus brazos, ese sería mi lugar seguro por siempre.

Él no decía nada, estaba bastante callado. Incluso, podría haber pensado que había caído en un sueño profundo si no fuera por el constante movimiento de sus dedos a lo largo de mi cabello enredado.

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