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Multimedia | "Habits Of My Heart" Jaymes Young.

Hay alto grado de verdad en la frase: "Nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido".

Amelia se había marchado; y no podía culparla, en su lugar yo habría hecho lo mismo. No podía perdonarme el hecho de haberla dejado entrar en mi vida sin darle previo aviso de cómo son las cosas en mi mundo. De lo turbio que puede ser permanecer a mi lado.

Me sentía como el villano de la película que arrebata la virtud de la dulce protagonista.

Nunca fui consciente de sus sentimientos hacia mi hasta el día en que se confesó conmigo, desde esa vez sentí que era responsable de todo aquello en cuanto a su corazón concernía. Tampoco quise ilusionarla, yo era el menos beneficiado al tenerla enamorada de mí, pues de sobra sabía que no podía corresponderle como ella merecía.

Recuerdo el día en que le conocí, pasó completamente desapercibida a mis ojos, una chica común. Incluso en alguna ocasión olvidé su nombre, llamándole por otro erróneo.

No fue hasta el día en que la vi en aquella gala benéfica en compañía del difunto Michael Cameron cuando supe que algo no andaba bien con ella, esa noche traté de entablar conversación e indagar sobre su relación con aquel hombre que fácilmente podría haber sido su padre, incluso su abuelo. La escena de la chica y el hombre mayor me hizo recordar a mi madre, Elizabeth a sus dieciocho años casada con mi padre Harold de cuarenta, única y exclusivamente por dinero. Para mi infortunio ella siempre mostró una evasiva a mis interrogantes, y no era para menos, desde el principio fui arrogante con ella.

Después de confrontarla confirmé mis sospechas: Amelia era una sugar baby.

Inexplicablemente surgió en mí la necesidad de proteger a toda costa a esa joven e inexperta mujer. Le di todo lo que materialmente estaba en mi alcance. Curiosamente, la visceral chica con la que me había topado las primeras ocasiones no era nada en comparación con su verdadera esencia; era madura, inteligente, con un gran sentido de la responsabilidad, cada momento con ella me sorprendía con algo nuevo.

A medida que avanzaba el tiempo se formaba en mí un sentimiento difícil de comprender. ¿Cariño?, no lo sé. No estaba seguro. De lo único que estaba seguro era que buscaba cualquier pretexto para volverla a ver.

Una noche me atreví a mirarla desde otra perspectiva, esa vez pude distinguir por completo su figura. Era muy esbelta pero admirablemente formada, para mi gusto. Con una tez muy blanca, las facciones menudas, oscuros cabellos lisos, y unos ojos azulados que habrían sido la perdición de cualquiera. Incluso la mía, terminé besándola.

Desgraciadamente yo no soy un hombre de relaciones, disfruto mi soledad y mi fortuna más que nada en el mundo. El amor te absorbe las veinticuatro horas, te impide concentrarte en otros asuntos. Disminuye tu rendimiento. Eso me aterra. El amor te vuelve un tonto y al final no te deja nada, solo desesperanza.

Es una conducta que adopté desde muy temprana edad. Ver a mi padre sufrir por rescatar su relación con la inmadura de mi madre me hizo no creer en la farsa de los matrimonios, él la amaba tanto y su corazón se estrujaba cada vez que ella le repetía que no lo amaba. Cabe mencionar que jamás emitiré un juicio en contra de mi madre, no fue su culpa haber nacido en medio de carencias y buscar esa supervivencia en un hombre acaudalado. Ella siempre me inculcó la idea de que las mujeres únicamente me iban a buscar por dinero, tal como ella en su momento lo hizo. Me educó para ganar, y nunca me permitió perder. Y, para ella, enamorarse era perder.

Con la desafiante juventud me atreví a pasar por alto las reglas y consejos de mi insensible progenitora, enamorándome perdidamente de Lucy, mi novia de la universidad. Lucy terminó engañándome y fue entonces cuando nunca más me atreví a poner en duda la teoría de mamá.

Polvos de una noche, ganancias ridículamente excesivas de dinero, poder absoluto en la ciudad y mi atesorada soledad. Tenía todo. Me había encontrado a mí mismo, estaba viviendo mi momento exacto, mi plenitud a los treinta y tres. Hasta que cometí el error, el grave error de aceptar la noche con Amelia.

Ella terminó yéndose por no poder obtener lo que quería de mí. Mientras yo terminé perdido, perdido entre sus piernas, enredado en sus brazos, intoxicado de ella. Confundido hasta decir basta.

Accedí a hacerle el amor porque no podía permitir que esa chica tan dulce terminara envuelta en las sabanas de algún sujeto que no sentía nada por ella, yo tampoco sentía algo por ella, o al menos eso pensé, sin embargo le tenía un afecto muy especial, y a decir verdad, físicamente me atraía como nadie.

Nunca pensé que después de esa noche la incertidumbre y la confusión me fueran a hacer preso.

Todas las noches me preguntaba si en realidad sentía algo por ella o solo era la culpa de haberle robado su primera vez. Me debatía continuamente entre olvidarme de todo ello o ir y buscarla. Si me olvidaba de lo sucedido y desaparecía de su vida, ella pensaría que soy un patán. Si la buscaba, daría pie a iniciar algo más, y no estaba listo.

¿Pedirle que sea mi novia? Esas etiquetas de "novio" y "novia" son propias de jóvenes, a mi edad esas cosas ya no funcionan. Pero a su edad, si. Yo no podía acoplarme a ella; al romance, a las flores, y los corazones color rosa que ella esperaba recibir.

No me imaginaba yendo al cine con ella, ni en una cita, ni pasando la tarde tomados de la mano mientras caminábamos por Central Park. Tenía otras prioridades: una empresa que atender, empleados que lidiar, negocios que cerrar y un imperio que mantener.

Dejarla entrar a mi vida sería arrastrarla conmigo al lado oscuro, encerrarla en la monotonía de mi mundo, haciéndola víctima de mi mal carácter, de mi egocentrismo, incluso de mis celos y de mi posesión.

Tampoco podía darme el lujo de enamorarme a estas alturas de mi vida, pensé en lo ridículo que sería. Me imaginé, apresurado por cerrar un contrato con inversionistas extranjeros porque mi novia me estaba esperando con entradas para el cine.

Dejé de darle vueltas al asunto y realicé que nada tenía sentido. No estaba seguro de nada, de lo único que estaba seguro era de que la extrañaba y que yo no era el hombre indicado para ella.

Mi corazón tenía hábitos muy estrictos e inquebrantales, justo hasta que ella llegó.















No sé si les había comentado, pero decidí incluir en la historia fragmentos de lo que pasa en la mente de SS, considero que es parte importante de la trama y nos ayudará a comprender muchos cabos sueltos que andaban por ahí.

Espero les guste y cualquier comentario estoy abierta a leerlas :)

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