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El apartamento se sentía vacío, aburrido, algo le faltaba y era ella. Comencé a extrañarla más de la cuenta. Extrañaba que me desafiara y llevara la contraria, extrañaba la estela de perfume caramelizado que dejaba al pasar, el taconeo sobre mármol del piso, extrañaba verla por ahí sentada en algún sillón con su libro en mano o escribiendo. Su ausencia me afectaba más de la cuenta.

Me estaba comportando como un completo idiota. No estaba seguro todavía de mis sentimientos hacia ella, por lo que decidí buscarla y entablar una conversación sobre nosotros, si ella sentía lo mismo que dijo sentir aquella vez tal vez podría aclarar mi panorama.

Supe que cambió de residencia a un pequeño departamento, Arthur seguía muy de cerca sus pasos y me informaba cada movimiento, me llenaba de ansiedad no saber qué hacía o con quien iba. Y es que con ella nunca se sabe.

En una ocasión le seguí hasta el Central Park, de primera instancia decidí únicamente mirarla de lejos desde una banca mientras ella leía sentada en el pasto, pero no me resistí y me acerqué. Traté de confesarme con ella pero no tuve éxito, lo arruiné todo. Ella terminó molesta y yo hastiado. Estúpidamente creí que sería muy fácil, que podría llegar, decirle que quería intentarlo y en automático saltaría a mis brazos pero no fue así, ella me estaba pidiendo algo más, me estaba pidiendo ser una mejor persona porque para ella la atracción y el amor no son suficientes. Ella quería el paquete completo.

Es aquí donde no tengo más que dos opciones:

1) Desistir.

2) Intentar.

Desistir era el camino fácil, era darme por vencido, conformarme con la vida que llevaba y no salir de ese círculo. Trabajo, mujeres, negocios, dinero. Pero así como ella, yo también estaba carente de cariño y atención, en el fondo también era una persona con muchas debilidades y temores que necesitaba a alguien que le hiciera fuerte, alguien que me quiera por lo que soy y no por lo que tengo o por cómo me veo. Ese amor desinteresado que solo ella podría darme. Verla ahí, queriendo algo más de mí me hizo armarme de valor e intentarlo. Se convertía en un reto para mí, pero al final el esfuerzo tendría su recompensa.

Comencé dejando los encuentros de una noche porque en primera instancia no me satisfacían y en segunda, sentía que cometía infidelidad. Esperaría por ella. Y para mi suerte, la espera no fue tan extensa como pensé. Una noche, sorpresivamente apareció por mis dominios, el corazón se me aceleró como si hubiese corrido un maratón, ella se mostraba a la defensiva como siempre, reclamándome por haberme metido en los fondos monetarios de su universidad y haber pagado su carrera completa. Yo sabía que con la herencia que había recibido podía pagarlo, sin embargo quise hacerlo, porque ya no sabía de qué manera hacerle entender que quería darle todo.

Cada vez que me acercaba a ella sus mejillas se coloreaban de un rosa pastel, mi color favorito después del azul de sus ojos. Detrás de esa imagen de señorita imperturbable yo sabía que en el fondo albergaba sentimientos por mí. Había algo petulante en su porte que me gustó desde siempre. Sin darme cuenta me sentía atraído hacia ella. Me desafiaba con la mirada, me recorría y sentía su deseo por mí.

Era sofisticada, había algo en su aire que la hacía diferente a las demás, refinada y muy lista. A su vez, era desinhibida, descarada, determinada. Todo en ella era nato, nada ensayado.

Me resulta compleja. Me hace pensar. Tiene cerebro. No es fácil de manejar. Si yo le digo que la tierra es cuadrada, ella me dice que es redonda, amparándose en un sinfín de argumentos y me hace cambiar de parecer. Si yo le digo una cosa, ella me contesta dos. Y siempre tiene la última palabra.

Estaba fascinado y perturbado.

Sabía que no era lo correcto pero no podía dejar que abandonara mi apartamento sin haberla tenido una vez más, claramente esa no fue mi intención al inicio pero, ¡Maldición! Ese vestido me estaba sacando de órbita. Opté por pedirlo de buena manera porque de lo contrario lo habría rasgado y lástima de modelito. Ella mostró renuencia al principio y ahí estaba yo babeando y suplicando por sexo. Me estaba volviendo muy patético. Pero con una mirada tan sugerente y cargada de inocente seducción era imposible resistirse. La pobre Amelia, no sabe lo que provoca en hombres pervertidos como yo.

Su lenguaje corporal me indicaba que yo ejercía sobre ella la misma tensión que ella ejercía sobre mí. Tenía puntos a mi favor. Gané, subimos a mi habitación. Por fin tenía de vuelta aquello que había anhelado por meses. Me estaba comportando de una manera muy egoísta, pero la quería solo para mí.

Después del maravilloso encuentro ella se dispuso a marcharse, el corazón me dio una punzada cuando se alejó para coger su ropa e irse. ¿Qué estaba haciendo conmigo?. Le pedí quedarse, se escudó diciendo que nunca había dormido con alguien, le respondí que yo tampoco. Pero me sentía demasiado vulnerable como para pasar la noche en soledad.

Al acomodarse en mi pecho cayó en un sueño profundo, yo me encontraba sumamente cansado pero no conseguía pegar el ojo, era inevitable no quitarle la mirada de encima, verle dormir me transmitía mucha paz. Mis pulsaciones eran más intensas, y estaba segura que ella las podía sentir, pero no sentí vergüenza, por el contrario, deseaba que sintiera como mi ser reaccionaba ante su presencia.

Si alguien más me lo hubiera dicho, no lo creería, pero me enamoré sin remedio de esa mujer.

Nunca supe en que momento de la madrugada desapareció de la habitación, tal vez a las cinco o seis, no lo sé, pero al despertar se había ido. Mi sueño fue tan profundo que no sentí su movimiento. Y a partir de esa mañana supe que tenía que esforzarme el doble y el triple, pues no quería despertar sin ella de nuevo.

Sería un mejor hombre, una mejor persona, por ella, porque necesitaba tenerla conmigo. Me había cautivado y enamorado, ella merecía algo excepcional y yo iba a ser eso que ella necesitaba.

Mi hermana y mi madre estuvieron de vacaciones en la ciudad ese verano. Mi madre siempre orgullosa de mí, recalcándome lo mucho que le gustaba verme sin pareja, sin una novia mantenida e interesada, enfocado en mi trabajo, exitoso. Si mi madre supiera que estaba trazando el mismo destino que mi padre habría pegado el grito en el cielo. En su momento le haría saber de mi situación, por el momento era muy prematuro. Si las cosas con Amelia resultaban favorecedoras buscaría la manera de hacerle frente a los prejuicios de mi madre.

Por su parte mi hermana estaba creciendo y eso me llenaba de alegría, sin embargo un ligero temor se hacía presente, pues ya con diecisiete años estaba saliendo con un joven del instituto. Al enterarme de tal noticia por boca suya le llené de recomendaciones y advertencias, a lo cual ella respondió muy abierta, exponiendo que su novio era un chico muy educado, que le llenaba de detalles, que era atento y cien por ciento dedicado a ella. Suspiré un poco aliviado, pues eso era lo menos que aceptaría para mi pequeña hermana. Una niña adorable y bondadosa como ella necesitaba un hombre a su altura.

Automáticamente pensé en Amelia, ella no era tan adorable como lo era mi hermana, pues detrás de esa carita inocente había unas intenciones más retorcidas que las mías, sin embargo era una chica de sentimientos puros, de corazón noble y benévolo. Y descubrí que así como yo exigía un joven excepcional para mi hermana, Amelia necesitaba un hombre de la misma talla.

Le envié toda clase de regalos, tratando siempre de evitar los ridículos clichés. Ella merecía algo más que una flor y un paquete de chocolates, eso siempre me pareció absurdo.

Yo sabía que ella era amante de las flores, entonces a menudo yo enviaba flores, las más costosas, las que no cualquiera recibe. La alta costura era otra de sus debilidades, bueno, en ese caso habría que llenarle el guardarropa de las más finas prendas. Y por supuesto, no podían faltar las colecciones de libros.

En un par de ocasiones me llamó escandalizada diciendo que los vestidos eran excesivamente caros y que no podía aceptarlos, a lo cual yo insistí pues el dinero nunca ha sido problema para mí. A regañadientes se quedó con ellos.

Estaba dispuesto a poner el mundo a sus pies.

Sin embargo, todavía no me armaba con el valor suficiente para ir y enfrentarla, decirle abiertamente lo que sentía por ella, decirle cuanto la necesitaba. Era preciso planearlo a detalle. De una manera u otra se me iba a ocurrir alguna alternativa.

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