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Mi cerebro se encontraba demasiado activo imaginando mil y un escenarios posibles en los cuales confrontaba al señor mentiroso.

Traté de seguir la indicación que la doctora Kim nos había dado, sobre no sacar a flote los problemas en casa. Pero la duda me carcomía, necesitaba saber a quién telefoneaba con tanto sigilo aquel día.

Debía concentrarme en mis labores con COS y en la boda que estaba a la vuelta de la esquina. Ni siquiera tenía una planeadora de eventos. A veces solía dejar todo para la última hora, y al parecer mi matrimonio no sería la excepción.

Pero, no podía continuar con los planes de la boda si no sabía que ocurría con aquella llamada.

—Hola, Jay. Soy Amelia, solíamos ser amigos.

El moreno soltó una carcajada sonora del otro lado de la línea, ya podía imaginarlo.

—¡Qué milagro, A! —me saludó después. —Perdóname, sé que he estado ausente.

Me conducía por la acera en medio de toda la gente, evitando ser empujada. Caminaba de vuelta a casa y me pareció el momento ideal para hablarle a mi mejor amigo.

—No te disculpes, yo también he estado ausente. He tenido unos días muy intensos.

Él bufó burlón.

—Querida, tu vida siempre es muy intensa —me corrigió. —Dime, ¿qué tal les ha ido en la terapia?

—La primera sesión fue extraña, bueno, al salir me sentí extraña. El problema es que ese mismo día le atrapé hablando por teléfono con una persona, y le decía que la extrañaba.

Mi amigo se quedó en silencio un par de segundos, como si la sonrisa se borrara de su rostro, dejando lugar a una expresión amarga.

—¿Y ya le preguntaste?

—No, nuestra terapeuta dijo que los problemas debíamos tratarlos en el consultorio. Pero no puedo con la incertidumbre, Jay. Necesito saberlo, necesito saber si me está engañando.

—Para mandarlo a la mierda de una buena vez —agregó, complementando mi idea.

—¡Exacto! —afirmé. —Fui muy clara con él, no volvería a perdonarle la segunda vez.

Soltó un suspiro contenido.

—Entonces ve y pregúntale, de buena manera. Y si te miente al responder te darás cuenta, ya le conoces bien.

Me detuve en seco al percatarme de que el semáforo estaba en verde y no podía cruzar la calle.

—Tengo miedo —le confesé con voz apagada.

—¿De él? —me preguntó confundido.

—De su respuesta —le corregí. —Tengo miedo de que mis sospechas sean ciertas, porque de ser así, este sería el final definitivo.

Jay intentó cambiarme el tema, contándome que días atrás había tenido una discusión muy fuerte con su querido Preston, el chico le estaba pidiendo dinero de manera recurrente, comenzó con cantidades pequeñas hasta cifras mayores. Quise convencerlo de terminar con él, pues era tal y como lo imaginaba: un caza fortunas. Pero mi ciego y testarudo amigo se mostraba renuente a acabar con la relación.

Durante el resto del camino pensé en cuál sería la mejor manera de preguntar quién era la persona de la llamada. No podía ser agresiva o mostrarme a la defensiva, eso entorpecería todo y marcaría un retroceso en nuestros planes de mejora.

Tenía la esperanza de que fuera uno de esos días en los que Sebastian llegaba tarde a casa, le pedí a cielo que tuviera reuniones vespertinas para retrasar el encuentro.

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