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Multimedia | "Bored" Billie Eilish.




—No se, pero, no me convences —me crucé de brazos y salí de la habitación cerrando la puerta de un solo azote.

Sebastian salió apresurado detrás de mí, me interceptó en el corredor.
Tomó mi escuálido brazo con firmeza haciéndome retroceder.

—No vuelvas a dejarme hablando solo, eso me irrita —dijo con la mandíbula tensa a punto de quebrarse.

—¡Suéltame! —le ordené

Me tomó por ambos brazos obligándome a verle de frente, giré el rostro para no mirarlo a la cara.

—No hasta que me escuches —sentenció.

Negué con la cabeza. Me rehusaba a escuchar sus excusas tontas.
A un día de festejar su cumpleaños como lo habíamos planeado con anticipación, a Sebastian le salió un repentino viaje a Paris.
Recién volvíamos, ¿Por qué tenía que regresar?

Él argumentaba que era por motivos de trabajo, inversiones y negocios que habían surgido en aquella ciudad.
Específicamente, la apertura de una sucursal.

—De seguro vas a sellar un contrato con Odette en la cama —musité mientras seguía esquivando su mirada.

Finalmente me soltó y se llevó ambas manos a la cabeza. Un gesto muy suyo cuando estaba desesperado.

—¿Que obsesión tienes con la infidelidad?

Me encogí de hombros, di la media vuelta y me dirigí hacia las escaleras.
Bajé apresuradamente a la cocina.

Tomé una copa, la llené con vino rosado y me senté en uno de los bancos de la barra.

Un par de minutos después Sebastian bajó con cara de pocos amigos, dedicándome una mirada aniquiladora. Ignoré su presencia revisando mi celular.

—Estaba pensando —dijo recargándose en la barra por la parte de afuera.

—Si, huele a quemado —respondí con la mirada clavada en el móvil.

—La gente que se obsesiona con la infidelidad es más propensa a ser infiel.

Como si con esas palabras hubiera encendido el interruptor de mi ira.
Instintivamente cogí la copa con ambas manos y la estampé sobre la barra.
Estalló en cientos de pedazos. Unos cuantos fragmentos de vidrio rasguñaron la mano izquierda de Sebastian e instantáneamente unas líneas ensangrentadas se hicieron notar.
Para mí infortunio, mis manos resultaron más heridas.
Sangre revuelta con vino.

—Tienes cinco minutos para retractarte y decirme que estás bromeado.

Él negó con la cabeza.
Mis manos seguían en el vino regado. Con vidrios incrustados en las palmas.
Sebastian me tomó por las muñecas e intentó zafarlos a pesar de también estar lastimado.

Dolía, ardía. Pero mi ira era mayor, el dolor pasó a segundo plano.

—Hablo en serio —dijo él —Si tanto miedo le tienes a que te sea infiel tal vez es porque tú lo has sido o lo serás. Piénsalo, tiene lógica.

Zafé mis manos de su agarre, el líquido se escurrió por mi antebrazo y los puños de su camisa estaban salpicados de sangre con vino.

Me costaba creer la estupidez que me estaba diciendo.

—Estás enfermo, de eso no hay duda —le acusé.

Apretó los puños contra la barra, ignorando los cristales y el vino derramado.

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