57

2.1K 175 32
                                    

Había llegado a mi punto límite del hartazgo y del aburrimiento. No soportaba estar un día más encerrada en ese ático ridículamente lujoso sin poder hacer nada más que gastar dinero en compras innecesarias.

Ni siquiera se me permitía mover un dedo pues la señora Parker y el personal de aseo tenían estrictas consignas desde "arriba".

Entendía que lo que me ocurrió no fue algo simple, pero pensé que tres meses después de favorable recuperación y asistencia impecable a terapias en el hospital tenía derecho de mínimo, buscar un empleo o tener actividades que me hicieran parecer menos parásita.

Decidí hacerle una visita rápida a mi doctor por la mañana para pedirle que reconsiderara la idea de dar por concluido mi proceso de recuperación, yo me sentía muy bien. Para mi fortuna, él dijo que si, que pensándolo bien no tendría ningún inconveniente con reincorporarme en mis actividades diarias.

Salí victoriosa de la clínica. Con muchas ideas en mente y con ganas hacer tantas cosas que me vi obligada a detenerme unos minutos a pensar con claridad y poner en orden mis prioridades. No quería engolosinarme.

Me compré un té helado y caminé por Central Park, el sol de mediodía comenzaba a causar bochorno, la primavera estaba a la vuelta de la esquina.

Fue tan reconfortante mi momento de privacidad e independencia que no me di cuenta de que, en alguna hora de la mañana, se agotó la batería de mi celular, hasta que llegué a casa y me encontré con satanás en persona.

El calor que me había producido la caminata se convirtió en una oleada de frío en cuanto me encontré con mi prometido echando chispas.

«¡Mierda!» dije casi inaudiblemente en cuanto lo vi bajar a zancadas de las escaleras mientras yo recién entraba al apartamento.

—¿Dónde carajo estabas, Amelia? —peguntó en voz muy alta e irritable.

Puse los ojos en blanco, a veces me exasperaba su modo tan irracional de reaccionar. Dejé el vaso en la mesa de un solo golpe haciendo sonar los cubos de hielo y arrumbé mi bolso en una silla.

—Antes de que empieces a hacer un drama, por favor siéntate y escúchame —le ordené y para mi sorpresa, mi voz emergió mas autoritaria de lo que intenté.

—Usted no me da órdenes, señorita —me contradijo y se quedó de pie con brazos cruzados.

—Pues tú tampoco me das órdenes a mí. Estoy buscando explicarte de buena manera donde estuve pero si no cooperas entonces no te digo nada y hazle como quieras —finalicé con tono despreocupado, encogiéndome de hombros.

Cogí mi bolso y me dirigí hacia el estudio, no pensaba cruzar palabra con él hasta que no se tranquilizara.

Le escuché caminar detrás de mí y pedirme que me detuviera, pero esa ya me la sabía, así que decidí ignorarle y continuar mi camino. Sus rabietas sin fundamento ya no me causaban ningún temor, por el contrario, había aprendido a manejarlo.

Entré al estudio y cerré la puerta con seguro dejándolo fuera, mientras sacaba mi ordenador del cajón él logró entrar con una de las llaves que de seguro guardaba en su oficina.

—No te quiero aquí Sebastian, vete —le eché sin voltear a mirarle, estaba sentada en mi escritorio con mi computadora y él estaba alterando mi calma.

Ocupó una de las sillas frente a mí y de nuevo, con brazos cruzados, totalmente cerrado al dialogo y al raciocinio. Como un niño haciendo berrinches.

—No me puedes echar, es mi casa —contraatacó.

—Mi casa también, permíteme recordarte —levanté mi mano izquierda dejándole ver el diamante —Si no vas a hablar como persona civilizada, entonces márchate por favor, estoy ocupada.

Issues Donde viven las historias. Descúbrelo ahora