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Después de mi ardua trifulca con Stan, Michael pasó por mí al trabajo y fuimos a cenar. El motivo de la reunión era, aparte de no tener ganas de preparar algo en casa, revisar los documentos que Jenkins había elaborado, en los cuales yo autorizaba que Michael fuera mi tutor legal únicamente mientras yo estuviera estudiando en los Estados Unidos, una vez concluida la universidad y dejando territorio americano ya no necesitaría un tutor.

Las clausulas y condiciones eran simples y no demoré mucho en leerlas, al mismo tiempo que devoraba el corte de carne que había ordenado. Caso contrario de mi acompañante que decidió no comer nada de origen animal.

Una vez firmado la documentación y la cesión de derechos, oficialmente ante las leyes estadounidenses, era pupila de Michael.

¿Qué diría mi madre si supiera el desastre que estaba haciendo con mi vida? Me estremecí de pensarlo.

—Ya me di de baja del portal—comentó mí ahora tutor—Y quería hablar contigo al respecto.

—¿Qué pasa?—pregunté mientras continuaba comiendo.

—No pienso nunca privarte de las actividades y cosas que te guste hacer, pero, considero pertinente que también te dieras de baja.

Hice un mohín. La idea no era ni remotamente buena, es decir, ahora que él había abandonado el portal ya no tenía ningún benefactor que provea lo que necesito. Si en algún momento Michael decidía no proporcionarme un quinto más, estaría quebrada.

—No. No lo creo—pensaba en cómo decirle lo siguiente sin ofenderlo. —No tengo nada seguro, económicamente hablando, hoy estas tú y mañana quien sabe. Por lo tanto seguiré, no pienso irme con nadie ni nada de eso, solo es por alguna emergencia.

El hombre suspiró resignado, en el tiempo que llevábamos conviviendo supongo ya se había acostumbrado a mis continuas necedades y había optado mejor por darme la razón, aunque no la tuviera.

—Eres imposible, jovencita—negó con la cabeza—Anda, termínate eso que ya es hora de irnos.

•••


Había pasado la noche en casa de Michael como casi todos los fines de semana, desde el principio acondicionó una de las tantas habitaciones de su casa para mí, con los colores que más me agradaban, otro guardaropa y demás cosas que cualquier señorita necesita en su alcoba.

Algunos sábados salíamos a dar una pequeña caminata por la mañana, a tomar el desayuno en algún lugar sin particular; en otras ocasiones yo me ofrecía a preparar algo y nos quedábamos en casa, adelantaba mis tareas mientras él trabajaba o veía gestiones de sus negocios, otras veces me ayudaba con cosas de la escuela.

Rara vez se paraba por su empresa, decía que ya estaba cansado como para estar postrado todo el día en un despacho dando órdenes, por lo tanto, había contratado gerentes para continuar con la operación.

Alrededor del mediodía mientras leía un poco de Emily Brontë para mi reseña literaria recibí una llamada de Jay.

Alrededor del mediodía mientras leía un poco de Emily Brontë para mi reseña literaria recibí una llamada de Jay

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