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Después de contactarme con el Dr. Scott, mejor dicho, Gilbert; ese mismo día acordamos reunirnos el lunes por la noche en un restaurant italiano de la ciudad cuyo nombre no recordaba pero por su ubicación no debería ser difícil de encontrar.

Jessica no se encontraba en el dormitorio pues su daddy le había pedido verse y al parecer no llegaría a dormir en unos cuantos días.

Estaba sola el lunes por la mañana. Al despertar me encontraba con una migraña tremenda que me había impedido descansar la noche anterior, probablemente debían ser mis nervios ante la futura cita. A pesar de mi malestar debía ir a trabajar, de lo contrario Ángela me iba a asesinar. No tenía hambre como siempre, después de alistarme, bebí un poco de zumo de naranja y salí rumbo al trabajo. Con todas las ganas y las energías de un blue Monday.

Arrastraba los pies a regañadientes mientras me conducía entre los rascacielos de Nueva York, abriéndome un espacio entre la multitud, con el frío calándome las mejillas, disfrutando detenerme en alguna esquina para percibir el calor que emanaban los carritos de comida rápida, evitando ser empujada al cruzar la calle cuando el semáforo encendiera en verde, cuidando mi trasero de algún pervertido y mi mochila de algún delincuente. A pesar de todo, me encantaba la abarrotada ciudad, aunque sea lo poco que conocía.

Antes de la hora indicada ya había llegado al trabajo, subí por el ascensor hasta el piso cinco donde se encontraba la oficina de Ángela y mi escritorio fuera de esta

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Antes de la hora indicada ya había llegado al trabajo, subí por el ascensor hasta el piso cinco donde se encontraba la oficina de Ángela y mi escritorio fuera de esta.

Como parte de mis labores, al llegar debo pasar a la oficina de Ángela a reportarme con ella y revisar si dejó alguna lista con pendientes para mí en su pizarrón.

Al entrar en la oficina de mi jefa, me quedé inmóvil ante la imagen que acababa de presenciar. Ángela sentada en un borde lateral de su escritorio, mientras se comía a besos al Sr. Stan, sus manos vagaban por el torso y los brazos del hombre en cuestión mientras que este solo tenía detenidas las manos en los muslos de la mujer. Él se veía calmado y ella transpiraba desesperación.

Podría pensarse que estuve varios minutos viendo el desagradable espectáculo pero no fue así, fue una fracción de segundo, hasta que Stan volteó, me miró y se separó de un movimiento brusco de Ángela. Antes de que ella pudiese voltear a verme, me esfumé como rayo azotando la puerta, estaba aturdida y avergonzada. Era la segunda vez que metía la pata con ellos dos. Si de por si ese hombre no me traga, ahora me debe odiar. Y mi jefa se va a ensañar conmigo.

A los pocos minutos el Sebastian salió de la oficina de Ángela con el traje impecable, el cabello perfectamente acomodado y dedicándome una mirada aniquiladora.

<<Si las miradas fueran puñales>>, pensé al girar mi silla en dirección al ordenador para así salir del radar de este.

—¡Amelia!—gritó Ángela desde su oficina. Suspiré resignada, me levanté de la silla y entré temerosa en su oficina. Con el rabo entre las patas esperando no ser despedida.

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