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Tenía la oficina entera para mí, Ángela había salido de vacaciones por una semana y me había encargado trabajar en su oficina para evitar que los intrusos entraran a husmear, porque después de todo, sabía que yo podía ser de mucha confianza. Mi jornada laboral durante esa última semana de febrero me estaba resultado muy cómoda; consistía en llegar, acomodarme en la oficina y revisar uno que otro pendiente, el resto de la tarde podía dedicarme a seguirle con la mirada la trayectoria de vuelo a una mosca si así me venía en gana.

 Mi jornada laboral durante esa última semana de febrero me estaba resultado muy cómoda; consistía en llegar, acomodarme en la oficina y revisar uno que otro pendiente, el resto de la tarde podía dedicarme a seguirle con la mirada la trayectoria d...

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Me regocijaba en mi último día de soledad antes de recibir la siguiente semana a mí escandalosa e irritante jefa. Toda calma y toda tranquilidad se fueron por la borda cuando, sin siquiera llamar a la puerta, Sebastian entró de golpe a la oficina. Sí, como Juan por su casa.

—Hola—saludó mientras cerraba la puerta detrás de él.

No respondí. Y no porque la educación fuera un tema desconocido para mí, sino porque no me apetecía saludarle. Él no puede tratarme hostilmente y luego venir y meterse así nada más.

Se detuvo frente al escritorio, esperando que articulara palabras tal vez, la forma en que sus musculosos hombros se erguían derechos, me aseguraban que él sabía lo atractivo que era y la tensión que me estaba provocando.

Mi pobre corazón había sufrido un vuelco y rogaba al cielo por no comenzar a sudar.

—Ángela no está—respondí hostilmente.

—Si lo sé, pero no venía a verla a ella.

—¿Entonces?.

Entonces sus ojos perspicaces y calculadores, taladrantes, se postraron sobre los míos.

—Vine a verte a ti—respondió con una voz hipnótica.

¿Qué?. ¿Qué puede querer el señor oscuro y peligroso conmigo?.

Me había quedado absorta mirando, fascinada con el hombre que tenía delante.

Tardé unos cuantos segundos en reaccionar y actuar, a lo cual él espero pacientemente, como si no fuera un empresario al cual perder un minuto es perder una acción en la bolsa.

Aclaré mi garganta, erguí mi postura y le ordené tomar asiento. Una nata diplomacia me llegó, con la cual estaba actuando.

—Bien—alisé mi falda y postré mis manos sobre el escritorio, abierta al diálogo, siempre manteniendo la calma. —Dígame.

—Primero que todo, comenzamos con el pie izquierdo, permíteme presentarme, Sebastian Stan—extendió su mano dejando ver un reloj elegante y carísimo.

Tomé su mano de vuelta. Su roce era eléctrico, me subió una descarga desde los tobillos hasta la nuca.

—Amelia West.

—Ángela habla mucho de ti, dice que tienes potencial. Seré muy directo, y no tengo cuidado en evitar sonar impertinente pero me hizo mucho ruido verte con Michael Cameron hace un par de meses.

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