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Multimedia | "Possibility" Lykke Li.




La hospitalidad de Jessica era lo único reconfortante que tenía en mi vida. El día que llegué a su apartamento con las maletas llenas y el corazón roto ella no preguntó ni recriminó nada. Simplemente me abrazó y me dijo que podía quedarme con ella el tiempo que fuera necesario.

Con el paso de los días decidí abrirme un poco con ella, no podía aparecerme en su puerta, pedirle estancia y no decirle ni el motivo.

Me veía llorar cada noche, deambular en su piso como un zombie y nunca me presionó para contarle algo al respecto pese a que le comía la curiosidad. Eso siempre se lo agradeceré.

Había terminado con Sebastian, si, eso era más que evidente pero ella merecía una explicación.

Desayunábamos un sábado cerca de las once de la mañana, estaba cumpliendo una semana de vivir con ella.
Jessica devoraba los panqueques con jalea.
Mi plato estaba intacto, con unos cuantos frutos rojos esparcidos.
Iba por la segunda taza de café.

—Basta de café —me detuvo con la cafetera en mano —Soy doctora pero no haré nada con la úlcera que te estás acarreando.

Le miré inexpresiva.

—Calma Jess, estoy bien —le dije con desgane.

Ella suspiró pesadamente. Sus carnosos labios formaban una línea recta.

—Amelia te adoro y adoro tenerte aquí pero necesitamos hablar con urgencia. Es evidente que no está bien.

Me señaló con la mirada al plato vacío.
Pobre Jessica, le estaba tocando la parte desagradable de ser la mejor amiga de alguien. Tenerle que soportar en los peores momentos. Estaba preocupada. Rara vez probaba bocado.

Intenté apaciguar las aguas. Tomé la miel y rocié un poco sobre la frutilla. Con dificultad me llevé una mora a la boca, no me sabía a nada. Mastiqué casi las cuarenta veces requeridas y a regañadientes lo tragué.

Repetí la operación con un par de fresas y una frambuesa. Jessica vigilaba mis movimientos como un halcón. Me sirvió jugo en un vaso y me quitó la cafetera de mi alcance.

—No quiero jugo, estoy satisfecha —refunfuñé.

Ignoró mi comentario.

—Ni un pollito se llena con lo que acabas de comer, bebe —me ordenó ella.

Me pegué el vaso de jugo y mojé mis labios, sorbí un suspiro de líquido y lo dejé en la mesa.

—A este paso vas a desaparecer, y me veré en la necesidad de informarle a tu madre —dijo amenazante.

—¡No! —chillé con temor. Y esa fue la única emoción diferente a la tristeza que había sentido en estos días —Por favor Jess, no le digas a Nora, no quiero que se preocupe.

Me señaló con ambas manos.

—Nada más de verte es preocupante, dime qué pasó, necesito saber y así te podré ayudar —dijo esta vez con mayor relajación.

Oh no, todo menos eso. Preferiría atascarme de comida a hablar del tema. Instintivamente levanté las piernas y las abracé contra mi pecho.
El estómago se me contrajo dolorosamente.

«No llores Amelia, por favor, no llores», me repetía una y otra vez antes de comenzar a hablar.

—Bueno —tragué saliva —Sebastian y yo hemos terminado —pronuncié su nombre y me ardió la garganta.

Arqueó las cejas y relajó su postura.

—Si no me dices no me doy cuenta —respondió con sarcasmo —¿Él te ha dejado?

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