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—¿Quiere que la lleve a algún lado, señorita West? —me interceptó Arthur justo antes de llegar a las puertas del elevador.

—No, mejor dame tus llaves —le extendí la mano impaciente.

Él me miró confundido, no tenía ni idea de lo que pasaba. Dudoso metió la mano regordeta en el bolsillo de su pantalón y sacó la llave del auto.

—¿Cuál es?

—El Mercedes plateado, señorita —respondió con pesar.

El pobre Arthur, en medio de los problemas de sus jefes. Cada que me cruzaba en su camino notaba su rostro que reflejaba el sufrimiento al pensar en el lio que lo podía meter.

—No te preocupes Arthur, no te van a despedir. Si Sebastian lo hace entonces yo te contrato de nuevo.

—Con cuidado, señorita West —fue lo único que me dijo al verme partir.

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Acudí al mismo bar en el cual me topé con Miranda, tal vez no fue la mejor opción pero preferí ir a lo conocido antes de meterme en algún tugurio de mala muerte y acabar sin carro y sin pertenencias.

Pedí una mesa para dos procurando que su ubicación no estuviera en el área concurrida del lugar. Ordené un Cosmopolitan como mala conocedora de bebidas que soy.

Nadie notó mi presencia en aquel lugar, logré pasar inadvertida con mucho éxito. A veces se sentía bien no tener tantos ojos encima, un poco de invisibilidad me venía bien en ese momento.

Revisé mi bandeja de correo electrónico y en efecto ahí estaba un archivo adjunto con el famoso acuerdo prenupcial que Sebastian tanto insistía que firmara.

Le di un buen trago a mi bebida antes de abrir el documento.

Me pareció buena idea salir de la casa y leerlo en privado, de lo contrario estaba segura de que si encontraba algo que no me agradara se desataría una batalla campal y no tenía ánimos para ello.

Leí minuciosamente una y otra vez, analizando los pros y los contras. Sebastian y su abogado eran un par de brutos, lo confirmé después de releer las clausulas.

En caso de divorcio Sebastian debía indemnizarme con determinada cantidad de dinero dependiendo de la causa por la cual se originara la separación: infidelidad por parte suya, cinco millones de dólares; mutuo acuerdo, dos millones de dólares; infidelidad por parte mía, ni un solo centavo.

Si yo le era infiel, infringía con el contrato y aparte de no ver un solo dólar de indemnización, también debía abandonar Nueva York y mudarme a otra ciudad para evitar levantar revuelvo y especulaciones.

Durante el tiempo que duráramos casados tendría que presentarme a todas y cada una de las reuniones de la junta directiva del NYF, así como aportar opiniones y ser un miembro activo del consejo.

Dos veces al año debía participar en galas benéficas para mantener una buena imagen mediática.

—Esto es ridículo —peleaba sola.

Pedí otro Cosmopolitan más.

—Amelia West —dijo pausadamente una voz masculina —Que agradable sorpresa.

Levanté la mirada para encontrarme con Charles Rolf en persona. Me quedé muda, no supe si saludarlo o preguntarle que hacía ahí, no es que fuera maleducada pero jamás pensé topármelo después de aquel fin de semana.

—Hola Charles —le saludé.

—¿Vienes sola? —me preguntó extrañado, incluso él sabía que todo estaba raro.

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