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Mi habitación estaba llena de vestidos, esparcidos por doquier, Jay se había dedicado a vaciar mi armario en la búsqueda del atuendo adecuado para la gala del viernes.

Todos mis vestidos me gustaban, pero no lograba decidirme por ninguno. Algunos me parecían muy coloridos o muy brillantes. Otros me parecían muy simples y sin gracia.

—Ahora que has dejado el yoga ya estás gorda —me complementó de modo burlón mientras me probaba uno color celeste.

Le miré alarmada y dirigí mi atención hacia el espejo, Jay estaba errado, había bajado de peso a raíz de saltarme las comidas por la carga de trabajo.

—Es broma, incluso ese vestido te queda un poco grande —agregó en tono más serio.

—Nada me queda bien —me quejé.

Y, por alguna razón, sentía la necesidad de lucir impecable en aquel evento. Si, esa razón de ojos preciosos y mentalidad retorcida.

—Se supone que no quieres ir a la gala —me dijo Jay mientras contemplábamos el desorden sobre la cama.

Me giré a verle, el arqueó una ceja muy sugerente y ambos nos dedicamos esa mirada de complicidad. Un calor subió hasta mis mejillas y nos echamos a reír.

Jay me pasó un brazo por los hombros atrayéndome hacia él.

—Ay nena, tienes unas ganas inmensas de encontrarte con él —dijo con toda la seguridad del mundo.

Me deshice de su abrazo y me senté en el borde de la cama. Él imitó mi acción.

—Te mentiría si te digo que no. Y se que no pasará nada si nos encontramos, pero aún así tengo la necesidad de lucir bien.

—Amiga, incluso si usaras un saco de papas lucirías hermosa y a él le seguirías gustando.

Palmeé su rodilla dos veces.

—Gracias, eres un sol —le respondí.

—Lo se, querida, lo se —dijo mientras aleteaba las rizadas pestañas —Ahora, A, encuentra ese vestido que la gala es mañana.

Y con mucha energía se levantó de un solo salto para seguir con la búsqueda.

•••


Volvía a casa, relativamente temprano, Sandra me había autorizado salir un par de horas antes para tener tiempo suficiente de prepararme para la gala.

Nueva York estaba muy alegre y fría esos días, la navidad estaba cerca y eso se sentía en el aire. Luces por doquier, personas con inmensas bolsas de regalos, hombres vestidos de Santa Claus dando espectáculo en las calles.

Jay me había recogido para arreglarnos juntos en mi casa, prometió ayudarme con el maquillaje y el cabello.

—Te traje macarrones —y me ofreció una pequeña cajita rosa del Cake&Pop.

Jay, siempre tan detallista. Demasiado entusiasta para mi gusto, pero era mi complemento perfecto.

—Gracias, no tuve tiempo de desayunar hoy así que me vendrían de maravilla.

Mientras caminábamos hacia la siguiente cuadra donde tenía su auto me quité el guante derecho para abrir el empaque y tomar el primero. Estaba delicioso, necesitaba azúcar.

—¿Que vas a usar? —le pregunté curiosa al cerrar la puerta del copiloto.

—Un traje azul, básico, no necesito mucho para llamar la atención —me respondió haciendo un ademán gracioso con la mano.

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