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Multimedia: "Cherry" | Lana del Rey.




Podrá ser Paris una de las ciudades más bellas del mundo pero, no hay nada como el hogar. Qué bien se siente estar en Nueva York de regreso. Extrañaba mi gran manzana, las calles abarrotadas de taxis, las marquesinas, su color y su ambiente.

Son increíbles los giros que da la vida. No pensé que en sola una semana estaría comprometida, pronta a dirigir una empresa a lado de mi prometido, con un posiblemente descabellado prenupcial, con mi madre preocupada. Ya habría tiempo para procesarlo todo.

Arthur nos recibió en el aeropuerto y amablemente se hizo cargo del equipaje. Siempre con esa sonrisa tan natural que demostraba que en verdad le gustaba su trabajo.

—Bienvenida a casa señorita Amelia —dijo él mientras me abría la puerta del asiento trasero izquierdo.

—Gracias Arthur, me alegra verte —respondí al entrar en el Tesla.

Sebastian subió al auto por el lado derecho y se encontró conmigo en el interior. Tomó la mano del anillo y depositó un beso en ella. Me sonrojé ante su gesto.

Arthur condujo hasta el One Madison, en el trayecto mantenía una charla con su jefe respecto a las novedades ocurridas en la casa y en la empresa. Él no soltaba mi mano, jugueteaba con el anillo haciéndolo girar constantemente.

Una vez en casa Arthur se retiró dejándole al futuro matrimonio el pent-house para ellos solos. Subimos directo a la habitación, nos tumbamos boca arriba en la cama, el viaje había sido agotador y el dolor de espalda era inevitable. Al tocar el colchón soltamos un suspiro, como si liberáramos una carga pesada.

—Gracias por el viaje, fue fantástico —le dije mientras descansábamos.

Él sonrió, casi para si mismo, como si recordara los buenos momentos que pasamos en nuestras vacaciones.

—Gracias por aceptar ser mi esposa —me respondió con dulzura.

Involuntariamente cerré los ojos, me pesaban los parpados. Porque aunque pude tomar una siesta en el avión nada me resulta tan cómodo como mi propia cama.

Sebastian se levantó de la cama y me quitó las bailarinas, me tomó en brazos para acomodarme bien en mi almohada. No estaba dormida, estaba consciente de cada movimiento y de todo. Le escuché deambular por la habitación, el sonido de la hebilla de su cinturón, la puerta del armario; debía estarse cambiando de ropa.

Le sentí adentrarse en la cama de nuevo, se acurrucó junto a mí aferrándose con ambos brazos a mi cintura. La posición me incomodaba y me causaba asfixia así que decidí voltearme y deshacerme de su agarre. Me acosté sobre su pecho firme, mi lugar favorito para dormir. Nunca me había gustado dormir con él encima, por alguna extraña razón prefería yo acunarme en él, la sensación de protección que me brindaba el ser tomada como una pequeña niña era algo que yo siempre buscaba.

Sus largos dedos se deslizaban por mi cabello y un hormigueo me recorría la cabeza. Me llenaba de mimos y caricias, y yo no podía sentirme más plena y relajada.

Desperté, probablemente habían pasado un par de horas, el reloj de mesa marcaba las siete de la noche, Sebastian dormía plácidamente, su expresión era serena, me imaginé que estaba teniendo un buen descanso. Procuré no moverme ni hacer algo que pudiera interrumpir su sueño. Permanecí en mi lugar estática.

Al cabo de veinte minutos él también despertó, abrió los ojos con pesadez, al verme junto a él sonrió y me abrazó fuertemente.

—Tengo hambre, salgamos a cenar —me ordenó mientras se incorporaba para levantarse.

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