4

6.2K 458 239
                                    

¡Oh Nueva York!, ¡Oh Columbia!, esto simplemente parece irreal. La gente no miente cuando dice que la ciudad de Nueva York es una de las ciudades más hermosas del mundo. La vida como ivy leaguer era algo fuera de serie; instalaciones de prestigio, catedráticos del más alto nivel, estudiantes de la más alta élite de Manhattan. Pero como todo en la vida, también tiene su lado desagradable, en primer lugar es difícil encajar en un grupo tan selecto de estudiantes (en especial los de la Facultad de Lingüística y Literatura Inglesas, que es dónde entré), yo no tenía tema de conversación con ellos aparte de los asuntos escolares. Era el bicho raro que Columbia trajo desde Londres como su obra de caridad de generación.

Sin embargo, a pesar de la carencia de recursos y pertenencia a las altas clases sociales, había algo que me distinguía de todos aquellos niñitos riquillos: la persistencia y la inteligencia

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Sin embargo, a pesar de la carencia de recursos y pertenencia a las altas clases sociales, había algo que me distinguía de todos aquellos niñitos riquillos: la persistencia y la inteligencia. No suelo darme ínfulas de sabelotodo pero en el primer mes de clases ya destacaba entre los profesores. Y bueno, la persistencia viene implícita en todo esto, es lo que me ha traído hasta dónde estoy.

Compartía dormitorio con Lauren y otra chica rubia estudiante de medicina llamada Jessica, quien era el estereotipo de chica neoyorquina en toda la extensión de la palabra; alta, rubia, esbelta, uñas esmaltadas en rosa, ropa de diseñador, un bolso de Dolce & Gabbana por el cual suspiraba cada que lo veía venir y un sinfín de accesorios y lujos innecesarios.

•••

—Amy, ¿No irás a tu clase? Son más de las ocho— preguntó Jessica al verme que seguía en el dormitorio sin intenciones de salir.

Daba vueltas por el lugar buscando sus cosas, haciendo ruido armonioso con los tacones caros y dejando una estela de perfume en cada paso que daba.

—Tengo que, pero me siento un poco— tosí falsamente— mal.

Me miró arqueando una ceja perfectamente delineada.

—Yo te veo muy bien. Dime, ¿acaso ya vas a reprobar materias tan pronto?.

—¡No!, ni de broma, me echarían a patadas de vuelta al otro lado del charco.

—¿Entonces?.

Suspiré resignada. Moría de vergüenza.

—Me están pidiendo en la clase de Teoría del Lenguaje un material que no viene incluido en el apoyo económico que la universidad proporciona, y entonces, no tiene caso que vaya así.

La rubia torció el gesto y se quedó unos momentos sumida en sus pensamientos. A los pocos segundos volvió en sí y se sentó junto a mí en el sofá.

—Lamento mucho tu situación, aunque no lo creas pasé por algo similar.

Já! Si claro, la chica que lo tiene todo pasando carencias. Sí, como no.

—No parece Jess, es decir, mírate, no te hace falta nada.

Cruzó su pierna y sonrió pícara.

—Pues claro, mi sugar daddy siempre se encarga de que a no me falte nada.

A juzgar por su tono y expresión, estaba totalmente segura de que no hablaba de su "papi" biológico.

—A ver, recapitula por favor, me he perdido— sacudí la cabeza como tratando de acomodar la ideas.

—Promete que esto no saldrá de aquí— me sentenció. —Yo, soy un sugar baby. Por medio de una agencia, me contacté con un sugar daddy, él es algo así como un benefactor y yo soy su nena.

Asentí con la cabeza, indicándole que entendía y me siguiera contando.

—Aclaro, NO soy prostituta. Él busca una compañía atractiva en eventos, citas elegantes, la charla de una chica joven, y yo busco dinero. A veces, si ambas partes quieren, puede haber sexo en la relación, pero no estás obligada, ni él tampoco.

—¿Firman algún contrato?— por alguna razón estaba muy interesada en saber mas sobre las sugar babies, jamás había escuchado algo así.

—Sí, la agencia es el intermediario. Tú y tu sugar daddy hablan y pactan acuerdos, que quieren y que no, pueden hacerlo en la primera cita o antes de.

—Perdona la pregunta pero, ¿has tenido sexo con tu sugar daddy?.

—Sí, a lo largo de mi "carrera", he tenido tres daddies: el primero fue Joe un empresario de Los Angeles, con él no tuve sexo pues tenía casi 50 y para ese entonces yo tenía apenas 18, y jamás me obligó; de ahí siguió Aaron de Seattle, dueño de hoteles con él si tuve el mejor sexo de mi vida, incluso... debo confesar que me enamoré perdidamente de él, pero era casado y pues, yo no iba a pasar de ser una simple conquista. Y ahora tengo a William, un doctor de Manhattan, con él no he tenido intimidad, pero si me gustaría. Los hombres mayores siempre te follan mejor que los chiquillos de la universidad.

—¿Y cómo es el sistema? Los tiempos, los pagos, los acuerdos.

—No tiene mucha ciencia, te perfilas en el portal, como si te registraras en Facebook. Y ellos solitos llegan a ti. Tú eliges a quien sí o a quien no. Charlan en línea, quedan de verse, se conocen, firman acuerdos, y tu cuenta bancaria aumenta por arte de magia. Y sin contar los regalos, las idas al centro comercial, los viajes. Aaron me regaló mi primer auto. William paga mi escuela.

—¿No te da miedo que te rompan el corazón de nuevo?.

—No, con Aaron fue culpa mía, la regla número uno es "no enamorarse", ellos quieren una chica sin compromisos y tu quieres cosas materiales. Así de fácil.

—¿Tu familia lo sabe?

—No, ni de chiste. Mi familia está muy mal económicamente pero aun así son muy conservadores, tengo cinco hermanos menores y la cosa no es fácil. Ellos creen que trabajo en algún restaurant y estudio al mismo tiempo. Pero bueno, ahora es mi turno de hacer las preguntas.

¿Qué?

—¿Te gustaría entrar?.

¿Yo?. ¡No!, ¡Qué miedo!, pero a la vez suena tan atractiva la recepción de dinero.

—No creo ser lo que los hombres ricos estén buscando.

Bufó.

—Ay, por Dios, Amy eres una joyita. Universitaria, dieciocho años, europea, con carita de bebé, culta, amante de la literatura, virgen... Eres justamente lo que los hombres quieren.

—Si, y hablando de eso, no pienso dar mi virginidad al mejor postor.

—No tienes que hacerlo, te dije que no todos buscan sexo. Eso lo decides tú. Si te encuentras uno que te guste, te lo puedes tirar, eso es un plus aparte del dinero. Solo una advertencia, si das tu florecita a alguno de ellos por favor no te vayas a enamorar, es lo peor que podrías hacer. No involucres tus sentimientos.

Sonaba realmente tentador. Al final, si el sexo no era obligatorio, creo que podría soportar algunas citas con caballeros acaudalados, si eso ayudaría a pagar mis estudios.

Me llevé las manos a la cabeza desesperadamente, estaba en dos corazones y me atacaba la moral. En el fondo seguía pensando que era un tipo de prostitución.

—No te precipites, en la noche lo volvemos a platicar, piénsalo.

—Okay.

¿Yo, una sugar babe?, Definitivamente no era lo que tenía en mente hacer en Nueva York, el mundo del lujo y el derroche era muy atractivo, sin embargo la idea de no saber con qué hombre me podría topar, simplemente me aterraba.

•••

Issues Donde viven las historias. Descúbrelo ahora