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Era jueves, y hacía frío. En la calle estaba nevando, me habría gustado haber estado fuera, pero mi trabajo lo impedía. No había mucha gente en el bar, la gente se resguardaba en sus casas por el frío y la nieve. Mientras que los niños jugaban en la calle, eso sí, muy abrigados. Mi compañero de la barra dimitió, por lo visto, iba a ser padre y ya podía entrar en su tan deseado bufete de abogados. Por lo tanto, me pusieron a mí allí.

Llegaste sonriendo y con tu libro debajo de tu abrigo. -¡Hola!-me dijiste animadamente-. ¿Me pones una Coca Cola?

Te sonreí y saqué la botella de vidrio que contenía tu deseada Coca Cola. Me quedé sin palabras. Estabas de muy buen humor, y fuiste otra vez, increíblemente simpática.

-¿Te ha comido la legua el gato?-bromeaste y reí-. ¿Cómo te llamas?

-Sammuel-sonreí cálidamente-. ¿Y tú?

Me miraste apresurada. -Me tengo que ir-dijiste sorbiendo lo último que quedaba de tu Coca Cola, para luego irte-. ¡Hasta mañana, Sam!

Una Coca Cola para enamorarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora