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Era mi primer día en esa agradable cafetería. Tenía aproximadamente el mismo horario que en mi antiguo trabajo; la diferencia era que mi jefa era una agradable señora de mediana edad, en lugar del viejo cascarrabias que era mi ex-jefe. Comprobé que a ese café ibas una hora antes, o por lo menos, eso hiciste aquel día.

Me saludaste animada; se te veía de muy buen humor. —Hola—dije regalándote una sonrisa que me devolviste—. ¿Lo de siempre?

—No—dijiste para mi sorpresa—. Ya te dije que estaba dejando la Coca Cola; sólo la tomaba en aquel bar, y a veces aquí—dijiste sonriéndome—. ¿Me pones un chocolate caliente?—asentí y te lo traje—. Gracias, Sam.

Al verte sonreírme, noté tus pecas moverse al son de tu gesto, era difícil no notarlas. Las mesas en aquella cafetería eran elevadas; como la barra, la diferencia era que eran de madera barnizada oscura, en lugar de granito. Los taburetes eran muy similares, salvo que eran un poco más pequeños y bajos para sentarse.

Aquella escena era adorable; el local estaba un poco vacío, y te veía desde la barra tomarte aquel chocolate. Se te veía sorber el chocolate y tu sonrisa ladeada de vez en cuando.

¿Qué pasaría cuando ya no vinieses?

Yo ya estaba acostumbrado a tenerte cerca casi todos los días...Sería como quitar un nuevo pedazo de mí; sería como dejar un hueco vacío...Que probablemente, no podría llenar de nuevo...

Una Coca Cola para enamorarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora