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Ya era la mañana de Navidad.

Estabas tumbada como por la noche; acurrucada a la almohada y dada la vuelta a la ventana. Se te veía tan tranquila...Yo me desperté para ir al baño a lavarme la cara y los dientes (solía lavármelos antes y después de desayunar) y me puse la camiseta de mi pijama. Luego bajé a la cocina, Giann estaba tomándose un poco de pastel y me miró con cara de incriminación.

—¡Te has comido un trozo de mi pastel!—dijo mi hermana un poco furiosa.

—¿Quién?—me hice el tonto y me acerqué a la escalera que daba a mi habitación—. ¿Yo?—subí corriendo para huir de mi hermana hambrienta de pastel de chocolate.

Cuando volví a la habitación ya estabas despierta, mi camiseta te quedaba relativamente grande y pelo estaba despeinado, estabas viendo las vistas a la calle nevada y te frotaste los ojos y me viste; sonreíste, está vez no había ninguna lágrima.

—Buenos días—dijiste adormilada—. ¡Feliz Navidad!—dijiste más animada—. Gracias, otra vez...

—No hace falta que lo agradezcas cada minuto—bromeé—. Gracias, feliz Navidad a ti también. ¿Desayunas?

Una Coca Cola para enamorarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora