Kenya
Me siento, ¿cómo explicarlo? Me siento impotente.
La Glock que mis manos sujetan es completamente negra a diferencia del color del silenciador que es de color rojo.
— Acuérdate, el arma es pesada y a menos de que sea un pequeño revólver es imposible sujetarla con una sola mano. — Habla, colocándose detrás mío agarrando mis manos.
Hago lo que me dice, sujeto el arma con las dos manos, envolviendo un lado con una mano y el otro lado con la otra mano envolviendo la otra mano.
— Eso es, acostúmbrate. — Susurra cerca de mi oído. Me da un beso en la cabeza.
— Eres una excelente alumna. — Susurra. Siento su cálido aliento en mi oído, provocándome un leve escalofrío.
— Ahora, observa por la mira y dispara. Pero antes, ¿diestra o zurda? — Pregunta colocándose a un lado mío.
— Diestra. — Respondo automáticamente sin quitar la mirada del muñeco que hay delante con las extremidades señaladas de color rojo.
— Entonces, pon tu pierna izquierda hacia atrás y apóyate hacia delante con la derecha. — Sigo atentamente sus explicaciones. Sonríe satisfecho.
— Perfecto, ahora levanta las manos junto con el arma, apunta y dispara. Notarás que cuando dispares el peso de la bala al ser disparada te empujará un poco hacia atrás por la fuerza. Por eso es importante sujetarla fuerte. — Dice agarrándome de la cintura por detrás.
Con la poderosa arma en mis manos, visualizo el centro del muñeco por la mira, y disparo sintiendo la adrenalina correr por mi cuerpo, la bala sale disparada hacia el centro del muñeco echándome hacia atrás por la presión, no me llego a caer gracias a las manos de Dylan que sujetan mi cintura con fuerza.
Miro el muñeco con un pequeño agujero en el medii, sonrío satisfecha de mi trabajo, me separo de Dylan para gritar de alegría.
— ¡Sí! — Grito muy emocionada.
— Excelente disparo para ser el primero. — Responde acercándose peligrosamente hacia mí, para luego tomar mis labios con los suyos con total dulzura y delicadeza.
Voy a morir de amor.
Seguimos practicando la tarde entera con diferentes armas largas, y enseñando sus municiones y cómo hacerlo.
Al salir de la fábrica abandonada en la que él tiene las armas entramos al coche de Dylan entablando un relajante silencio, las preguntas rondan y martillean mi cabeza.
¿Dónde aprendió a disparar y cuando?
¿Cómo sabe la existencia de las tiendas clandestinas?
¿Lo habrán pillado alguna vez?
¿Habrá compartido con otra chica lo que hoy compartió conmigo?
¿De dónde consigue tanto dinero para comprar todas esas armas?
Todas esas preguntas hacen que mi cuerpo de un fuerte escalofrío al pensar en que hará Dylan para conseguir todo eso.
(...)
— Hermana. — Dice Sean con un paño mojado en su cabeza y el termómetro en la boca.
Me apresuro para salir por la cocina y ponerme a su lado.
— ¿Cuánto tienes? — Pregunto secándome las manos con la pequeña toalla.
El termómetro empieza a pitar, lo que significa que mis dudas serán respondidas al mirarlo.
Treinta y nueve grados.
— ¡Santo cielo treinta y nueve grados! — Grito cogiendo el termómetro con cuidado de no tocar las asquerosas babas de Sean.
— Eso es, ¿mucho o poco? — Pregunta rascándose la nuca.
Madre mía, ¿a qué va al colegio?
— Pues mucho. — Respondo caminando de nuevo hasta la cocina. ¡La sopa!
Mierda.
Al entrar a la cocina el humo apenas me deja ver por dónde voy.
Enciendo el extractor de la campana que absorbe todo el humo conduciéndolo hasta la chimenea.
¡Uf!
No me imagino si mamá se entera de que casi le quemo la cocina. Por suerte la mía la sopa no se ha quemado y rápidamente saco dos platos.
— Sean, la sopa ya está. — Aviso con la voz un poco elevada. Sean coje el plato de la encimera y se sienta en la isla.
— Gracias. — Saborea la sopa de pollo.
— No sabes que buena está. — Afirma sonriendo. Pobrecito, está con una fiebre espantosa.
(...)
— Kenya, me duele la garganta y la cabeza me va a explotar, no puedo dormir. — Se queja Sean bajando las escaleras. Estaba a punto de quedarme dormida, ¡a punto!
— No hay medicamentos, tendré que ir a comprar. — Digo levantándome del sofá con desgano.
Cojo las llaves de la moto y las de casa junto con una chaqueta de cuero negra, unos pantalones negros, y unas botas altas del mismo color. Sí, soy toda una gótica.
— Vuelvo dentro de nada, compraré algo para aliviar ese dolor. — Aviso colocándome la chaqueta negra.
Salgo de casa con una mala sensación, la misma sensación que sentí ayer cuando vi a Kevin en el marco de mi habitación.
Un escalofrío recorre mi columna al recordar la noche anterior. Subo a mi moto y la enciendo esperando unos minutos.
Dos minutos después ya me encuentro en la carretera.
La adrenalina recorre mi cuerpo cada vez que tumbo a cada curva.
(...)
Las doce en punto de la noche.
Muy tarde. Lo sé, pero me he tenido que pasear las calles en busca de aparcamientos.
Hay demasiada gente en Nueva York.
Cuando al fin encuentro un apartamento para la moto, puedo acercarme a una farmacia de guardia que está abierta las veinticuatro horas.
Luego de pedir y pagar los medicamentos empiezo a caminar por las desoladas calles de Manhattan ya que he aparcado a unas cuantas calles por la falta de aparcamiento. Las mismas preguntas de esta tarde con Dylan vuelven a acribillarme la cabeza.
¡Agh!
Sigo caminando hasta llegar a un cruce de peatones, me detengo y espero a que estuviera el muñequito del semáforo en verde y sigo al observar una farola casi sin luz una sombra aparece en mi campo de visión.
Sigo con mi camino pero veo que la farola automáticamente se vuelve a iluminar del todo y un chico de negro con la música máscara del otro día vuelve a aparecer.
— Tranquila Kenya. — Me digo a mí misma.
— ¡Hey tú! — Grita.
Apresuro mi paso acercándome más a mi moto.
— ¡Morena! — Dice una voz grave. Mis vellos se erizan y un calambre en el pie me hace caer al suelo. A punto de levantarme pero noto que alguien me coloca un paño en la boca.
Intento gritar todo lo que puedo pero no logro nada. El enmascarado empieza a manosear en mi bolso. Por suerte saco el pequeño revólver que Dylan me obsequió horas antes.
Y un recuerdo llega a mi mente.
— Nunca sabes quién puede estar acechando, es pequeña y simple —
La saco del bolsillo de la chaqueta y bajo el paño que cubre mi boca.
— ¡Aléjate cabrón! — Digo apuntando al enmascarado.
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MI ESTÚPIDO BOXEADOR© ✓ [Libro I Hombres irresistibles]
Teen Fiction• Primer libro de la Saga Hombres Irresistibles. Simplemente pasó. Cuando lo conocí y observé sus ojos, me di cuenta de que me había conseguido erizar completamente, y de que sería mi perdición. A leguas se veía que era peligroso, pero no pensé que...