Capítulo 65

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Capítulo LXV

Kenya

Otra carcajada sale de mi garganta de manera que, me es imposible retenerla. Camino con una sonrisa llena de satisfacción por el inmenso pasillo tenebroso y oscuro.

Mi teléfono comienza a sonar y lo saco del bolsillo trasero de mi pantalón. Por la rapidez, descuelgo sin observar de quién se trata. Me llevo el móvil al oído para poder escuchar con más claridad.

— No te saldrás con la tuya, Kenya. — Y ahí está. Esa voz que me vuelve totalmente loca y que acelera las revoluciones de mi cuerpo. Levanto una ceja divertida antes de responder. La imagen inédita del rostro de Dylan me hace estallar a carcajadas.

— Pues ya me he salido con la mía, mira tú por donde.

— ¿Qué es tan gracioso? ¿Por qué te has ido? Pudiste haber parado el carro sin la necesidad de largarte cagando leches. Podemos simplemente hablar como adultos. ¿No crees? — Su voz está llena de seducción y dudo varias veces. Ahora mismo si lo veo delante de mí, me lo como.

— ¿Es un truco para devolvérmela? Porque no caeré. — Bueno, eso no lo sé. Me desestabiliza con tan sólo una mirada.

— Tengo un par de botellas, nena. Hablemos. — Su tono lleno de picardía despierta algo en mi vientre bajo. Oh Dylan, me vas a matar. Con solo pronunciar la palabra "nena" consigue que me dé un escalofrío.

— Y si tan poco miedo tienes, ¿Por qué huyes? — Su voz suena tentadoramente seductora y vuelvo a dudar durante unos segundos.

Sonrío de lado y pongo mi mano libre en jarra.

— Está bien, Dylan. Solo estoy a unos pasos de tu camerino. — Y cuelgo, sin darle tiempo a responder. Despues de lanzar un gran bufido al aire, comienzo a caminar sin alternativa hacia su camerino. No sé qué diablos estoy haciendo, pero si sigo por este juego acabaré mal. El juego del amor en el que el deseo y el poder toman el volante de mis emociones y sentimientos.

Abro la puerta sin siquiera preguntar. Me encuentro con esa mirada, pero esta vez más relajada. El brillo que desprenden alertan mi cerebro. Una mariposa revolotea por mi estómago de manera frenética y siento mis cara hundirse en un color carmesí. Lleva sus pantalones de malote y le falta la camiseta, intentando que mis ojos se posen en él. Sabe que soy adicta a sus tatuajes y también a sus pectorales y ni hablar de sus abdominales de ensueño.

Decido moverme, ya que me he quedado estancada desde que entré de nuevo. Me muevo, principalmente para obligarme a mi misma a no mirarlo, ya que es lo que él está deseando. Lucho contra mis más puras ganas y suspiro, acercándome a la pequeña barra que yace al lado de la cama tipo king que tiene justo antes del baño. ¿Cómo diablos se lo montan para poner todas estas comodidades en un polideportivo abandonado?

Supongo que para consentir a sus máquinas de hacer dinero...

— Has venido. — Afirma. Sonrío serena, sin observarlo. Chequeo las botellas que están sobre la barra y chasqueo con la boca sorprendienda al encontrar una botella de Hennessy al final de la barra.

— Bonito coñac. — Respondo carismática. Estoy sorprendida, una botella de Hennessy puede sobrepasar sin problemas los treinta y cinco mil doláres.

— Déjeme servirle un poco, señorita. — Mis cejas se elevan hacia el cielo. Acaba de hablarme en tono caballeroso. Lo nunca visto en este hombre. Se aproxima hacia la barra con pasos precisos y firmes. Rodea la barra y se agacha para alcanzar lo que parecen ser dos copas anchas pero pequeñas que seguramente estaban al final de un estante debajo de la barra. Mis ojos repasan sus movimientos, divertidos. Sus músculos demasiado hinchados se tensan a cada movimiento que realiza, y en un pis pás ya tengo el vaso con la dosis perfecta, un pelín menos de la mitad de la copa redonda. Lo observo inquisitiva, mientras me la tiende de una manera delicada. Sus ojos repasa mi escote y se detienen ahí, durante lo que parecen ser minutos.

— ¿No piensas ponerte la camiseta señor seductor? — Mi voz suena burlona. Él, por su parte sonríe egocéntricamente.

Lo veo agarrar la copa, rodear de nuevo la barra, y acercarse peligrosamente hacia mí. Huele la copa y toma un sorbo de esta, descansa la copa en la barra, apoyándose en esta y por último, me mira con esa estúpida sonrisa que puede calentar todo mi ser en cero coma.

— ¿Por? ¿Te pongo nerviosa si no me la pongo? Creí haberte escuchado decir que tienes más autocontrol que yo... — Suelta, con la voz lenta y pausando. Tiene razón, lo dije. No tengo que parecer débil delante de él. Suspiro, hastiada. Jugaré a tu mismo juego, Sovok. Agarro el mono, y no sé cómo, bajo la cremallera de mi parte trasera con la atenta mirada de sorpresa del ojiazul.

Me quito las mangas y bajo el mono hasta la cintura, permitiéndole una dichosa vista de mi sujetador y mi vientre.

Parece casi ahogarse, ya que suelta de golpe la copa en la barra y observo cómo su vista se dirige únicamente a mis pechos, y se detiene ahí mismo.

— ¿Q-Qué dem-demonios haces? — Pregunta tartamudeando. Veo como la nuez de su cuello traga sutilmente.

— Jugar, como tú. — El me observa boquiabierto unos segundos a los ojos y luego niega frenéticamente mientras señala con su dedo índice mis pechos.

— P-pero n-no es lo mismo. Tú tienes pecho grande, abundante y yo tengo músculo. ¡Eso es jugar sucio! — Río negando con la cabeza repetidas veces mientras le observo exhaustiva. Siento el calor apoderarse de mi cara en estos momentos.

— Por favor Kenya. Súbete el mono. — De repente su voz cambia a una más ruda y fría. ¿Qué diablos? Lo veo moverse con la copa en la mano y con esa mirada congelada hasta un sillón cerca de la gran televisión de plasma que está ligeramente colgada en la pared.

— No si tú no lo haces. — Respondo dirigiéndome a él. Automáticamente su mirada surca la mía y veo que sigue con la máscara puesta, esa que te dice: Ten cuidado.

Se levanta de golpe, y sin yo esperármelo, desabrocha su pantalón y lo baja sin miramiento alguno. Todo eso, sin quitarme la vista de encima. ¿Qué está tramando? Intento que mis ojos no viajen velozmente hacia su cuerpo.

Alzo una ceja y reprimida por la vista, y con un par de ovarios, me quito los tacones y después el mono. Su mirada se vuelve oscura y de repente siento mi vientre bajo calentarse como una olla a presión.

— Kenya, detente por Dios. — Pide con una voz sorprendida y llena de deseo. Le veo dudar y se acerca, muy lentamente hacia mí. No me lo puedo creer, estoy semi desnuda delante de él.

Mi cuerpo arde. ¡Arde, arde, arde en el infierno!

Se acerca a mí sin despegar la mirada de mi cuerpo y automáticamente me siento sobrecargada.

— Tú has comenzado la guerra, ¿Tienes miedo de seguir y ahora quieres que me retire y suba la bandera blanca? — Alzo una ceja, intentando pincharle. Suelta una carcajada aguda que inunda mis oídos y relaja el semblante.

— Dios, te amo. — Responde buscando sus pantalones. ¿Qué acaba de decirme? Subo las cejas hacia el cielo y le miro extrañada. Cuando se los pone y se coloca la camiseta se acerca a mí mirándome fijamente a los ojos y delicadamente acaricia mi mejilla. Mis impulsos me obligan a cerrar los ojos para seguir disfrutando de su roce.

— Podría tomarte aquí mismo y en este momento, porque, tengo muchas ganas de ti. Tu cuerpo es irremediablemente sexy y tú lo haces más aún. Pero sé por dónde vas, y esta vez, no caeré, Kenya.

¿¡Qué diablos!?

— Está bien, Sovok. Pero haré que caigas. Y si no es esta noche, será mañana. — Levanto solamente una ceja triunfante y me cruzo de brazos. Me subo el mono de la manera más sensual que sé y agarro de nuevo la copa y me bebo de un trago todo el contenido del coñac sintiendo la amargura y el ardor por mi garganta. Después de vestirme, me siento en el sofá. Él me trae más coñac y yo le agradezco después de agarrar la copa. Nuestras manos se rozan por una milésima de segundo, electrizando mi ser.



MI ESTÚPIDO BOXEADOR© ✓ [Libro I Hombres irresistibles]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora