Capítulo 31

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Capítulo XXXI

Kenya

Oh Dios mío.

El dolor es excesivo. Es como si te quemaran en una chimenea mientras que tu cuerpo tiembla y sientes ganas de acabar con el sufrimiento.

Me duele todo.

Cuando consigo pensar en otra cosa que no fuera el dolor me preparo para abrir los párpados. Entonces recuerdo todo.

Yo en el suelo, esperando a la fiel muerte mientras que Kevin me miraba y se reía. A Dylan acabando con él, luego corriendo conmigo a cuestas y en el coche, besándome la mano, aguantandola porque tenía miedo de que yo muriera, también recuerdo sus ojos, desolados y cristalizados, y luego oírlo llorar, después solo me acuerdo de oírlo gritar y de mi voz diciéndole que lo quiero.

Luego me sumí en un largo y doloroso infierno.

Abro los ojos despacio.

La habitación es blanca de abajo hasta el techo. Estoy tendida en una gran cama blanca, con una bata azul de seda, mi cabello recogido en una trenza, al lado de mí una fea máquina que daba pitidos y un suero que colgaba.

Estoy en un hospital.

La máquina empieza a pitar sin cesar provocándome mareos. Me meto de nuevo entre las sábanas y me llevo la mano izquierda a mi frente.

Las puertas se abrien haciendo que yo, de un saltito en la cama blanca.

— ¿Señorita West? — Pregunta una enfermera más que sorprendida.

La miré de pies a cabeza confusa. No es muy alta, su cabello es rubio cobrizo. Sus ojos son negros azabache y parece amable.

— Hola. — Es lo único que hago para que ella salga corriendo mientras que grita de espanto.

Vaya.

Un hombre que supongo que es el doctor de unos treinta y tantos entra a la habitación junto con la rubia enfermera observándome mientras que me señala.

— ¡¿Lo vé doctor?! — Exclama. Sé que no soy guapísima pero, tampoco es para tanto.

El doctor le hace un ademán con la mano para que nos dejara a solas. La enfermera lo respeta asientiendo con una aprobación de su cabeza.

La veo salir de la habitación y cerrar la puerta despacio. Cuando desaparece mi campo de visión el doctor llama mi atención. El doctor es moreno, ojos marrones, alto y con el cuerpo un cuerpo notablemente normal.

— Señorita West. — Me llama, al darse cuenta de que lo estaba mirando, me mira guiñándome un ojo. Toso como respuesta.

— ¿Sí, doctor? — Pregunto olvidando su giño. Él me sonríe y observa el paquete de hojas que llevaba en una mano.

— Soy su médico de cabecera. — Vuelve a guiñarme un ojo. Empiezo a pensar que tiene un tic.

— Bueno, pues has venido hace unas horas en estado crítico. — Empieza diciéndome para que lo vaya digeriendo.

El doctor pasa las hojas que tiene en su brazo, se para en una en concreto y su rostro se desencaja completamente. Me mira un poco aturdido y deja los otros papeles en una mesa auxiliar dejando en su mano ese que, en especial le había causado tal cosa.

Me mira asustado y se acerca a mí.

— Perdone que le pregunte esto, pero... ¿Está usted bien? — Me pregunta, manteniendo las distancias.

Anda otro que me mira como si fuera Casper.

— ¿Por qué motivo me pregunta eso doctor? ¿No me está viendo? — Pregunto de mala gana. Me estoy cansando de que la gente se ría de mi cara todo el rato. Ya he dicho que no soy tan fea.

El vuelve a mirar el papel y me lo tiende en mis manos esperando alguna reacción. Bajo mi mirada a ese maldito papel que, no entiendo una mierda, hablando groseramente.

Había una gráfica de puntos rojos con altibajos, los observo detenidamente, sus subidas y sus bajadas, y supuse que era mi ritmo cardíaco.

Llego a una parte de dicha gráfica en la que mi ritmo baja rápidamente hasta desaparecer, y luego después de más adelante, veo cómo ese ritmo sube constantemente hasta estar estable como antes.

Mi boca se abre a más no poder y mis ojos no se lo pueden creer. Levanto mi mirada hacia mi doctor y me tapo la boca sin creérmelo .

— Eso quiere decir que... — Empiezo con la voz casi inaudible.

— Que tú moriste. — Acaba cogiendo una silla y se sienta delante de mí.

— ¿Pero cómo es...? — Pregunto totalmente confundida.

— Eso, no lo sabe nadie Kenya. — Dice.

— Al parecer estuviste unos minutos muerta, tu cuerpo dejó de aspirar oxígeno y tú máquina pitó dando la señal de que habías muerto. — Dice aún mirándome. Apoyo mi cabeza en mis manos y sigo escuchando a doctor.

— Entonces intentamos reanimarte como hubieramos hecho con otra persona, pero no respondiste al desfribilador y probamos otros métodos sin ningún éxito. — Dice volviendo a coger los papeles que ha dejado en una mesita detrás suya y sigue narrando. — Las enfermeras que me han ayudado a operarte y el cirujano, tuvimos que irnos rápidamente a atender a otra persona y no te desconectamos de la máquina de oxigeno. Al parecer tu cuerpo volvió a su ritmo normal y cuando despertaste y tú máquina volvió a pitar, la enfermera de antes... —

— Por eso se asustó... — Concluyo.

— Exactamente. Cuando los papeles se acabaron de imprimir salí corriendo hacia tu habitación con Ana, la enfermera rubia que entró antes. —

Así que yo he muerto. Pues no me acuerdo de haber sentido algo.

— Pues que bien saberlo. — Digo notando un pinchazo en mis costillas. Me intento levantar pero el dolor era increíble.

— No, no, no. Alto señorita. Tiene órdenes de descansar. — Sujeta mis hombros. Me mareo un poco pero eso al doctor no le detiene para moverme y colocarme bien en la camilla.

Lo miro con dolor y el solamente me sonríe tiernamente.

— Tienes dos costillas rotas, Kenya. Y una herida de puñal en tu estómago, ah, y un gran moratón en la mandíbula que no pinta nada bien. Descansa. — Dice advirtiéndome mientras que me regaña como si fuera mi padre. Lo miro atónita y río un poco, él hace lo mismo.

— Posiblemente mañana te den el alta y puedas volver a tu casa, si te digo la verdad, hay bastante gente ahí afuera esperando con ansias poder verte. — Vuelve a sonreír tiernamente.

La puerta se abre compulsivamente dejando ver a una rubia y a una peli negra con ojeras.

— ¡Ahora sí que vas a morir, pero para siempre! — Gritan las dos a la misma vez.

MI ESTÚPIDO BOXEADOR© ✓ [Libro I Hombres irresistibles]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora