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—¿Qué haré con tanta ropa? —Preguntó Adelaine mirando toda la que Charlotte había puesto encima de su cama para que ella se llevara

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—¿Qué haré con tanta ropa? —Preguntó Adelaine mirando toda la que Charlotte había puesto encima de su cama para que ella se llevara. Se giró hacia la princesa que se encontraba dentro del vestidor, el cual no parecía vaciarse a pesar de todo lo que seguía sacando.

—Usarla, claro está —contestó la princesa mientras miraba entre sus estantes de zapatos, parecía ser que su colección de zapatos planos era muy reducida.

—No tendré oportunidad de usar todo esto —comentó Ada levantando una de las perchas que tenía un vestido celeste pálido aún con la etiqueta. No se animó a mirar el precio—. Ni siquiera has estrenado alguno de estos, son preciosos.

Char se detuvo y la miró. —Adelaine, que vayas a vivir con nosotros no quiere decir que vas a hacerlo por caridad. No vamos a darte nuestra ropa vieja y usada, no vamos a hacerte comer en la cocina con los empleados ni esconderte del mundo —se acercó a ella y le quitó el vestido de las manos.

Se fue hasta el tocador sin decir ni una palabra más y le cortó la etiqueta con una tijera antes de volver y entregárselo.

—Te estoy muy agradecida, pero no necesito tanta ropa. Es más de lo que he tenido en toda mi vida —susurró mirando la cama con cierto temor—. Es solo que... Siento que me vería ridícula en esta ropa, demasiado pretenciosa.

Las cejas de la castaña se alzaron. —¿Yo me veo ridícula?

Ada se rió. —Tú eres la princesa de Sourmun. Eres elegante y hermosa, toda esta ropa está hecha para mujeres como tú.

—Tonterías —espetó Charlotte y la hizo girar en dirección al guardarropas, dándole un pequeño empujón para ponerla en marcha—. Ve a cambiarte. Ponte ese vestido y regresa aquí. Vamos, vamos.

La joven obedeció, se quitó su ropa y se colocó ese precioso y suave vestido hecho con una tela gruesa y abrigada de la cual Ada no tenía idea el nombre. Ahora entendía por qué las princesas no parecían necesitar abrigos en los días fríos cuando llevaban ese tipo de vestidos, ni su mejor chaqueta era tan calentita como ese.

Salió enseguida y se encontró con una cama aún más llena de ropa que dos minutos atrás. ¿De dónde había salido? Ni tenía ni idea.

Cuando Char la vio, sonrió complacida. —Lo sabía, te queda perfecto —festejó colocándole un paquete en la mano y alcanzándole un par de botines negros gamuzados con un tacón de pocos centímetros—. Estas son medias negras que combinan perfecto con el vestido y los zapatos. No puedo encontrar nada que vaya bien con ese vestido y que no tenga tacones, lo siento. Pero son bajos y gruesos, seguro que puedes moverte de forma decente con ellos.

Ada los miró con duda, pero terminó asintiendo. No eran ni la mitad de altos que los que Charlotte tenía puestos, de modo que se dijo que no podía ser tan difícil ni doloroso.

Regresó al guardarropas y terminó de cambiarse. Cuando se puso de pie, sonrió al ver que podía hacerlo sin tambalear.

Se acercó a un espejo que había allí y se contempló a sí misma. No iba a decir que estaba ridícula, porque al contrario de lo que pensaba, nadie podría verse ridículo en un vestido tan hermoso, ni con esas botas tan sofisticadas. Estaba bonita y muy arreglada, pero se sentía muy extraña.

Mentiras reales (Descontrol en la realeza 5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora