Robert Van Helmont es uno de los solteros más codiciados de Sourmun, pero el joven príncipe y heredero no muestra señales de interés por ninguna joven en particular. Todos saben por qué, desde que perdió a su novia y mejor amiga, Rob no ha vuelto a...
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Después de una clase agotadora, Adelaine llegó al palacio con toda la intención de tomar una ducha y meterse a la cama hasta la hora de bajar a cenar.
Acababa de salir del ascensor cuando, al focalizar la vista en el largo pasillo y vio a lo lejos a una persona que reconoció al instante: Geraldine.
La rubia estaba apoyada contra la pared varios metros más adelante que ella, pero según el cálculo mental de Ada, tendría que pasar junto a ella para llegar a la puerta de su habitación.
Iba a ignorarla como llevaba haciéndolo la última semana, pero mientras más se acercaba más fácil se le hacía reconocer que algo no estaba bien.
Al final, cada vez más preocupada, se apresuró a llegar hasta ella. —¿Geraldine, estás bien? —Indagó dando los últimos pasos que las separaban pero no obtuvo ninguna respuesta—. Geraldine
Dina parpadeó y recién entonces atinó a mirarla con la frente arrugada. —Ada.
La aludida alzó una ceja. —¿Estás bien? ¿Qué te ocurre? ¿Alguien te ha atacado? —hizo la última pregunta y miró hacia ambos costados con temor. De manera inconsciente todavía esperaba que Justin apareciera en cualquier momento para vengarse de ella por haberse escapado.
—Estoy... bien —balbuceó Dina cerrando los ojos—. Nadie me ha hecho nada. Solo me siento un poquito... mareada.
Ada no le creyó nada, no se veía solo un poquito mareada, se veía descompuesta y a punto de desmayarse.
—Te acompañaré a tu habitación —sentenció sin darle muchas vueltas al asunto. Colgándose el bolso del lado contrario, le rodeo la cintura con un brazo y la instó a moverse.
Geraldine inhaló profundamente y soltó el aire muy despacio mientras avanzaban. —Creía que me odiabas, ¿por qué me ayudas?
Adelaine no pudo evitar soltar una risa. —Si te encontraras con alguien que odias a punto de morir en el medio de la calle, ¿podrías ignorarlo y seguir tu camino como si hubieses visto nada? —Preguntó mirándola de costado y negó con la cabeza—. Y no te odio, Geraldine.
La rubia suspiró. —Pero llevas semanas ignorándome.
—Eso no quiere decir que te odie, solo que estoy dolida. Esta es tu puerta, ¿cierto?
—Sí... —murmuró Dina.
Ada abrió la puerta y la ayudó a llegar hasta la cama sin preguntarle si seguía necesitando su ayuda o no, y la miró una vez que estuvo sentada en la cama.
—¿Quieres un vaso de agua o... algo? Tal vez que llame a alguien... —murmuró—. Te veo un poquito mejor ahora que estás sentada.
—Gracias por acompañarme —dijo Geraldine con un atisbo de sonrisa—. Estoy bien, no pasa nada.
Adelaine estuvo a punto de asentir y marcharse, pero observó que las manos de la otra mujer temblaban cuando se quitó el bolso y no pudo ignorarla. Ocultó un suspiro de cansancio, —porque realmente estaba agotada luego de las interminables clases y el asedio habitual de los paparazzi cuando salía de la universidad—, y se quitó su propia mochila para sentarse a su lado.