Robert Van Helmont es uno de los solteros más codiciados de Sourmun, pero el joven príncipe y heredero no muestra señales de interés por ninguna joven en particular. Todos saben por qué, desde que perdió a su novia y mejor amiga, Rob no ha vuelto a...
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Robert giró la cabeza hacia ella y con una sonrisa, alzó las cejas. —¿Qué piensas? Siento que estoy siendo sometido a una minuciosa evaluación.
Ada volvió a la realidad. —Oh, perdona —parpadeó y sacudió la cabeza—. Solo estaba pensando.
El príncipe se inclinó hacia adelante apoyando los brazos en la mesa. —¿Y en qué pensabas? ¿Era sobre mí? Sí, era sobre mí, lo sé.
Adelaine soltó una risa. Con esa actitud risueña, Rob se parecía mucho a Nolan, algo que no había creído que fuese posible. —No seas tan egomaníaco, Robert, por favor. Y mis pensamientos son solo míos, no me gusta compartirlos con nadie.
—Ah, pero estabas pensando en mí —le apuntó volviendo a sentarse erguido.
La joven ladeó la cabeza. —¿Y qué hay de tus pensamientos? ¿Por qué me trajiste a este lugar? —Indagó.
El entrecejo de Rob se arrugó. —¿Qué quieres decir? Te traje a tomar un café, como prometí. No podíamos tomarlo en el centro comercial por obvias razones.
—Pero me trajiste aquí, a este lugar que es tan importante para ti, tan significativo. ¿Por qué?
Rob se quedó callado y muy serio. Ada se recriminó a sí misma por ser tan desconfiada, pero mientras aguardaba su respuesta, no pudo evitar preguntarse si él estaba pensando en la verdadera razón por la que la había llevado allí o si estaba inventando alguna mentira para engatusarla.
—No lo sé —confesó al final—. Solo conduje hasta aquí, por inercia supongo. Es un buen lugar para ocultarse de los medios como ya te dije.
Ella aceptó la respuesta, pero no estaba segura de creerle del todo.
Una camarera llegó a la mesa para tomarles su orden, y Ada le pidió a Robert que eligiera por ella lo que considerara lo mejor de la casa. Él escogió dos cappuccinos y dos porciones de torta de chocolate con crema y frutos rojos. A Ada se le hizo agua la boca de solo imaginar una exquisitez de ese tipo. Para disfrutar mientras la comía, dejó la carta a un lado evitando mirar los precios.
Buscando acortar el tiempo hasta que les trajeran el pedido, sacó la caja del celular de la bolsa que había bajado con ella del coche y la colocó sobre la mesa.
—¿Me ayudas con esto? —Preguntó con algo de pena—. Nunca he tenido uno, no sé cómo se utilizan.
Esperaba que él reaccionara como antes, con asombro, extrañeza, o que alzara las cejas como si no le creyera, pero fue Robert quien la sorprendió a ella y se limitó a curvar los labios en una expresión afectuosa y dijo: —Claro. Veamos.
Abrió la caja y sacó el móvil señalando los botones al costado del mismo mientras le explicaba para qué servía cada uno.
Una vez que estuvo encendido, le enseñó a ingresar su cuenta de email y empezaron a programarlo paso a paso. No era tan difícil como había creído y le alegró mucho ser capaz de manejarlo.