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Ada se despertó con los primeros rayos de luz de la mañana, pero no abrió los ojos enseguida

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Ada se despertó con los primeros rayos de luz de la mañana, pero no abrió los ojos enseguida. Tenía un terrible dolor de cabeza y sentía los ojos hinchados por haber estado llorando. Le dolía el cuerpo entero, probablemente a causa del alcohol y del daño emocional de la noche anterior.

Pero ahora estaba más tranquila y tenía tiempo para pensar. Había sido un gran golpe que Robert hubiese desconfiado de ella, o dudado como él lo había llamado. Había creído que desde algún punto hasta ahora, en su relación ya no había lugar para la desconfianza.

Se movió en la cama y volvió a sentirse adolorida e incómoda. Además, intentando recordar la noche anterior, la invadió una repentina confusión. No recordaba haber llegado al palacio ni mucho menos acostarse en su cama.

Pero no había bebido tanto como para sufrir una amnesia semejante.

Abrió los ojos muy preocupada y la imagen con la que se encontró, hizo que sintiera pánico. Sin voz para gritar debido a la sorpresa, se sentó en la cama y miró hacia todos lados.

Ese no era el palacio y mucho menos su habitación.

—Tranquila, tranquila —oyó decir a una voz muy cerca de ella y dio un respingo. Agitada y mareada por haberse levantado tan de repente, se giró para ver de quién se trataba.

Se encontró con Justin, la última persona que recordaba de la noche anterior y a pesar de que confiaba en él, le resultó imposible sentirse tranquila.

—¿Dónde estamos? —Preguntó muy alterada—. ¿Cómo llegué hasta aquí? No recuerdo nada.

El hombre se sentó en la cama frente a ella y sonrió con una calma que a Adelaine le dio escalofríos. —Tranquila, Adelaine. Estás a salvo.

—¿A salvo de qué? ¿Dónde están mis hermanas?

Justin colocó una mano sobre su pierna cubierta por una manta e hizo que todas sus alarmas internas comenzaran a sonar. —A salvo de todos los que quieren hacerte daño. Especialmente de él... No volverá a lastimarte nunca más, Adelaine, te lo juro.

La rubia intentó retroceder y abrió los ojos como plato. —¿De él? ¿Quién es él? Justin, ¿dónde estamos, por qué no recuerdo haber llegado hasta aquí? ¿Qué ha sucedido?

—El príncipe Robert, por supuesto. No te merece, es un imbécil que está cegado por su propio egoísmo. Nunca más volverá a tocarte, hablarte o mirarte.

Adelaine se puso pálida y sintió que una corriente helada le recorría las venas. —¿Qué estás diciendo? —Susurró e intentó salir por el otro lado de la cama—. ¿Qué le has hecho?

No llegó muy lejos, él la sujetó por el brazo y la retuvo en la cama. —A él nada, sería un suicidio intentar ponerle un dedo encima. Sé que quizás te cueste un poco entenderlo, sabía que no me lo pondrías fácil, Adelaine. Pero eres inteligente, entrarás en razón. Él no te quiere, nunca te quiso, todo fue un engaño.

Mentiras reales (Descontrol en la realeza 5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora