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Adelaine siguió a Robert hasta el estacionamiento del edificio, sintiendo en todo momento, que no era una buena idea ir a ninguna parte con él

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Adelaine siguió a Robert hasta el estacionamiento del edificio, sintiendo en todo momento, que no era una buena idea ir a ninguna parte con él. Lo único que le dio seguridad durante todo ese trayecto fue saber que ellos nunca estaban realmente solos, por lo menos no cuando salían del palacio.

Siempre que había salido con alguno de ellos lo habían hecho en un coche con un chofer y otro extra por detrás con personal de seguridad. Pero cuando llegaron al subsuelo, Rob se detuvo junto a un auto azul oscuro y le abrió por sí mismo la puerta del acompañante.

Ada lo miró con sorpresa. —¿Este es tu auto?

Él sonrió. —Sí, ¿por qué?

—¿No tienes chofer? ¿Y los guardaespaldas?

—Ah, la seguridad siempre está cerca, no te preocupes —comentó encogiéndose de hombros—. Te advierto que si estás planeando asesinarme te verán. No sé si podrán llegar a tiempo para detenerte, pero sabrán que lo has hecho tú, eso te lo aseguro.

Ada lo miró sin dar crédito a sus palabras. Ahí estaba por fin el viejo y confiable Robert van Helmont, no podía permanecer demasiado tiempo escondido.

—Nunca puedes dejar de ser un idiota, ¿verdad? Ni siquiera sé a quién estás intentando engañar ahora, si a mí o a ti mismo.

Se giró para volver al ascensor por el que habían bajado, pero los incómodos zapatos que había elegido ese día para visitar ese nido de mujeres hermosas y elegantes no le dejaron ir muy lejos antes de que él la alcanzara y se interpusiera en el medio para cortarle el paso.

—Espera, por favor. Lo siento. Tienes toda la razón —reconoció con las manos en alto mientras ella lo observaba con los brazos cruzados—. Sí, soy un idiota, pero eso ya lo sabes. No es nada nuevo, todo el mundo te lo dirá.

—El problema, Robert, es que ya he tratado con un montón de idiotas en mi vida y estoy cansada de ellos. Ahora puedo elegir y decido evitarlos. Decido evitarte a ti. Adiós.

Dio un paso al costado para rodearlo, pero debió saber que él no se rendiría tan fácilmente. —Lo siento —repitió y juntó las manos en un gesto de súplica—. De verdad que no tengo intenciones de hacerte pasar un mal momento nunca más, no te invité para arruinar tu día ni para asustarte o amenazarte. Nada de eso, solo... solo quiero conocerte, Adelaine. Ese fue un intento de bromear, pero nunca fui muy bueno en eso, Nina siempre lo decía.

Fue increíble cómo se transformó su rostro al pronunciar ese nombre. Sonrió de una forma distinta, todas sus facciones se relajaron y por un instante pareció mucho más joven de lo que era o aparentaba ser desde que lo conocía.

—Ella tenía razón —respondió Ada odiándose por tener el corazón tan blando. Esa expresión del príncipe, además de provocarle un cosquilleo en el estómago porque era demasiado tierno, demasiado hermoso, había conseguido despertar su curiosidad una vez más. ¿Le sería posible conocer una parte del Rob bueno y dulce que todos aseguraban que había sido alguna vez?

Mentiras reales (Descontrol en la realeza 5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora