19. Familia

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Candy prefirió esperar a que Lex la llamara en lugar de volver a intentarlo ella misma. La cuota de vergüenza que tenía que pagar con su padre ya estaba completa.

Aún así, no podía negar que la demora se le estaba haciendo eterna. Sobre todo porque la misma preocupación no la dejaba adelantar nada relacionado con el colegio, y eso le generaba una ansiedad in crechendo que se manifestaba con el repiqueo de sus dedos sobre los bordes del teléfono sin parar.

Y de repente, el aparato comenzó a vibrar.

—¿Lex? —No tardó ni dos segundos en coger la llamada.

—Candy, siento lo de ayer, en serio... No sabía...

—¿Estás bien? ¿Ya te han dejado salir? —preguntó con impaciencia.

—Sí —contestó, poniendo fin a su calvario—. Ventajas de ser menor de edad. Mi padre me contó que encontraste una forma de volver a casa y doy gracias por eso. Nunca había pensado que algo así iba a pasar...

—Lo importante es que ambos estamos bien ahora —sentenció ella—. Dime, ¿qué ocurrió?

—Te lo contaría si pudiera, pero tengo a mi padre delante de mí esperando a que termine de hablar contigo —le mencionó—. Me va a castigar quitándome el móvil y solo me lo ha dejado para que pueda avisarte y decirte que si quieres consultarme cualquier cosa, estás invitada a venir presencialmente.

Candy se quedó helada.

—¿Eso te ha dicho?

—Exactamente con esas palabras.

Lex escuchó el suspiro que ella dejó escapar a través de la línea.

—Dame un minuto, por favor. —Se llevó una mano a la frente mientras se hacía un rápido esquema mental.

Al cabo de unos segundos, dubitativo, él decidió continuar.

—Entiendo que tienes tu horario de estudio y...

—El trato fue ayudarnos estudiando juntos a cambio de salir, ¿no? —Lo interrumpió Candy al momento—. Supongo que es lo que toca.

—¿Ahora?

—Si te va bien, sí.

Lex se rio por su inesperada reacción.

—En ese caso, ¿te envío la dirección por Google maps o te la dicto?

Candy se acercó al baño de invitados, donde Rachel estaba limpiando

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Candy se acercó al baño de invitados, donde Rachel estaba limpiando. Tenía que hablar con ella. Por un lado, era imposible que no se diese cuenta de su salida a plena hora del día y por el otro, tampoco propio de su parte abandonar su habitación un fin de semana dentro de la época escolar.

—Rach, esto... Nathan Lewis ha quedado en venir a buscarme. —Tragó—. Voy a estudiar con Lex esta mañana.

Ella detuvo sus manos, las mismas que entonces estaban rojizas por el trapo con el que fregaba la bañera. De aquella actividad en concreto se originaban la mayoría de durezas en sus manos.

Perfectamente equivocadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora