46. Descubrimientos emocionantes

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Candy bajó las escaleras y se encontró a Celest en el sofá de la sala, sosteniendo una taza de café entre sus manos, con la mirada seria y zambullida de un modo enigmático en la nada.

—¿Celest?

Giró la cabeza y sus rasgos se dulcificaron.

—¡Candy! —la saludó con una notoria ilusión, dejando el café en la mesita—. Buenos días, tesoro. ¿Dónde vas tan guapa hoy?

Ella hizo un falso gesto de complacencia. Había esperado que no se notase tanto...

—A ninguna parte, solo he estado probándome lo que tengo en mi cuarto y no suelo usar. —Sonrió con cortesía—. ¿Qué tal estás?

—Pues aquí donde me ves, esperando a tu padre —contestó en un suspiro—. Había quedado con él, pero al parecer no hay manera de que lo saquen de esa oficina.

—¿Cuánto llevas aquí?

La morena hizo un gesto con la mano, restándole importancia.

—Nada, alrededor de un cuarto de hora.

Los ojos de Candy se abrieron ampliamente.

—¿Tanto? —exclamó con sorpresa—. Qué raro, si él suele ser puntualísimo. ¿A qué hora exacta te dijo que vinieras?

Ella movió la cabeza, con un aire culpable.

—Dentro de cinco minutos...

Entonces ya todo cuadraba.

—En cualquier momento sale, pero tendrías que comenzar a contar a partir de ahora —le explicó con paciencia—. Debes comprender que él es así de estricto con el tiempo. Ni muy antes, ni tan después...

Celest le dio la razón.

—Sí, empiezo a verlo claro. —Esbozó una mueca—. Pero también he descubierto durante estos días que detrás de esa mente cerrada, se esconde alguien con un gran valor, ¿sabes? Jamás... me hubiera imaginado la iniciativa que esconde detrás de la empresa y sus construcciones.

A Candy le sorprendió que su padre se lo contara, aunque a la vez le alegró conocer la opinión de Celest al respecto.

—A mí me lo explicó desde pequeña, solo que en un formato de juego —comentó risueña, para proceder acompañando su discurso de diversos gestos con las manos—. Me daba un mapa grande del país y me señalaba, por una parte, las zonas y el tipo de casas que había y, por otra, una pancarta con lo que la gente necesitaba. Me explicaba en qué ciudades había más casas que gente viviendo, y en cuáles a la inversa —indicó—. Lo malo era que no había ningún lugar en que se construyera pensando en la situación de la demanda, que en este caso, son las personas.

—Sí, veo que te interesó por ello.

Candy asintió con convicción.

—Tanto, que de un campamento de jóvenes emprendedores al que asistí en verano cuando tuve entre 12 y 13 años, saqué muchas ideas nuevas y proyectos para el negocio de mi padre —añadió con orgullo—. Sobre todo centrándome en la labor humanitaria.

Celest esbozó una expresión de aprobación.

—Recién estoy entendiendo por qué viajaba tanto, si no es la función habitual al final —comentó como curiosidad—. El panorama cambia mucho cuando te enteras de lo que pasa.

—Pues el problema de las viviendas y el mercado lleva siendo un conflicto existente durante muchos años —argumentó Candy con dureza—. No solo en este país, sino en muchos. Mi padre trata de ser uno de los que buscan solución en los tipos de construcción que la empresa llega a llevar a cabo, pero no es fácil.

Perfectamente equivocadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora