8. ¿Sueño o visita?

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—¡Quiero ir! —exclamó Candy y, acto seguido, volvió a estornudar.

—¿No ves en qué condiciones estás?

Los anteriores días ya había habido muchas bajas a causa de la gripe y no se había preocupado. ¡Claro! Su ingeniosa mente no llegó a imaginar que, los que iban a clases aparentemente bien, la podían contagiar.

—Dame otra cosa, por favor.

—Candy, ya te has tomado un ibuprofeno, antigripal y hasta un antihistamínico extra. Tienes que dejar que hagan efecto, jovencita —la regañó Rachel—. Intenta descansar o tardarás más en mejorar, depende de ti. Voy a hacerte un té frío de limón y miel.

Ella dejó escapar un mohín. Por más argumentos que esgrimiera, nunca entendería su frustración.

Un día de ausencia en el colegio suponía para ella una cuantiosa cantidad de temario perdido. Y ni de broma la solución era que le pasaran los apuntes. ¿Cómo demonios iba alguien a poder tomar notas de la manera efectiva en la que ella lo hacía? ¿Cómo se aseguraba de quien sea que fuese iba a saber separar lo importante de lo irrelevante? ¿Cómo se iban a responder las preguntas que ella tuviese en relación a cualquier cosa que se explicara? ¿Quién le garantizaba que, al menos, lo que estaba escrito era correcto?

Lloriqueó mientras su cabeza hervía como una olla a presión.

Perdería el contenido de cada clase a la que debería haber asistido, lo que en un día sumaba un total de cuatro horas. Sin embargo, estudiarse lo mismo por su cuenta le requeriría el doble de tiempo, además del que ya dedicaba de por sí en casa normalmente, y haciendo el cálculo de todo junto conllevaría que acabara necesitando estudiar una jornada de...

Candy cogió un pañuelo por anticipar el próximo estornudo. No sabía por qué su cuerpo se lo pedía si al final estaba completamente congestionada. Bufó mientras se recostaba para aliviar el dolor en sus músculos. A pesar de que su cabeza le martilleaba con cada nuevo pensamiento que le surgía sin dejarla en paz, la debilidad que presentaba su cuerpo febril la hizo conciliar el sueño de forma inmediata.

Cuando abrió los ojos se encontró una bandeja en su mesa de noche. Había té y unas tostadas de mermelada.

Volvió a escuchar el sonido irritante de lo que la hizo despertarse.

—¡Rachel!

La garganta le ardía y no sabía si conservaba las fuerzas para levantarse. El timbre sonó otra vez.

—¡Rachel! —La conocía bien. Si no contestaba al tercer toque ni a sus llamados, era porque realmente no podía atender.

Así que, pese al malestar, fue a encargarse ella misma.

Bajó como le fue posible. Sin preocuparse mucho por su aspecto, pero sí por cada paso que daba, tratando de no perder equilibrio por el ligero mareo que la acompañaba.

Una vez llegó a su destino, asomó la cara por la puerta entreabierta para ver quién era.

—Hola.

Seguro que estaba experimentando alucinaciones.

—¿Lexian?

—Candy —imitó.

No obstante, la voz sonaba demasiado real para ser un mero producto de la fiebre. Si él estaba ahí parado entonces la reja de fuera no estaba cerrada, lo que a su vez indicaba que Rachel había salido.

Candy decidió quitar el seguro y abrir la puerta del todo. Inmediatamente, la vista de Lex se desvió hacia su cuerpo.

No esperaba encontrar a Candy en shorts diminutos, ni mucho menos con una camiseta medio ancha a través del cual se podían ver nítidamente sus... ehm.

Perfectamente equivocadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora