57. Incertidumbre

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—¡Ay!

Ella saltó debajo de él, en cuando sintió que algo tanteaba ahí abajo. Lex frunció el ceño, sin entender.

—Candy, no te he metido nada.

—¡Sí lo has hecho!

Él suspiró.

—Deberíamos haber usado el lubricante...

Y lo cierto era que Lex recordó demasiado tarde que, todo aquello que había comprado para esa noche, estaba en el baño. Le parecía una verdadera tontería desperdiciarlo, pero si iba en ese momento...

—¿No te parece que romperá el ambiente un poco? —adivinó Candy, anticipándose a sus pensamientos—. Además, también podría servirnos de todo menos de ayuda. Nunca hemos usado esas cosas y pues... ya sabes, hoy no es el mejor día para arriesgarse.

Lex ladeó la cabeza. 

—Tienes razón...

Candy tomó una gran bocanada de aire.

—Bueno, ya no importa. Inténtalo otra vez, anda.

Lex asintió.

—Está bien...

Él volvió a posicionarse y, sin dejar de mirar hacia abajo para guiarse bien, comenzó a adentrarse aún más entre sus tibios pliegues... que lo envolvieron de una sensación cálida y apretujada. No podía describirla de otro modo que no fuese muy placentera.

La cobriza aguantó el primer pinchazo de dolor. Frunció los labios y trató de cerrar las piernas lo máximo que pudo entorno a las caderas de Lex. Y siguió ejerciendo esa presión hasta que le pareció que la molestia pasó un poco.

—Sigue.

Él lo hizo y Candy trató de pensar en algo relajante para olvidarse de la ligera incomodidad. Realmente servía... Pero cuando Lex salió un poco para volver a entrar, Candy lo detuvo de nuevo.

—Candy...

—¡Arde! —exclamó la susodicha al mismo tiempo.

—¿Arde?

—Yo... no sé como describirlo, pero no es agradable —replicó ella.

Lex respiró hondo y trató de hacer un esfuerzo para ignorar ciertos estímulos. Como aquellos pechos voluminosos que ella trataba de esconder entre sus manos y brazos, logrando llamar aún más su atención sobre ellos, y la calidez que envolvía parte de su miembro en ese mismo momento. Todo mientras Candy... comenzaba a hiperventilar.

—Te tienes que acostumbrar...

—¿Y crees que no lo sé ya?—contestó con rabia.

Candy volvió a echar su cabeza sobre la almohada, agobiada y dudando de que la preparación previa que tuvieron para ese momento les hubiese servido de algo. Y aquella idea en su cabeza contribuyó a que le surgiesen unas terribles ganas de echarse llorar.

—Eh... —Lex salió de ella, notando el cambio en su estado de ánimo y centrándose solo en tratar de ayudarla. Si algo no podía ignorar en esa noche, era el gran amor que sentía por esa chica.

—No quiero pasarlo mal... —murmuró Candy con una voz apenada.

Lex hizo una mueca.

—Yo tampoco quiero que lo hagas...

Ella se quedó así unos segundos, mirándolo y deseando que la reconfortara como solía hacer. Pero él no hizo nada. En cambio, decidió ser paciente y esperar a que el paso de los minutos la aliviase por sí solo. Con esa reacción dejó claro a Candy que él tampoco iba a tomar el control de la situación. Y al final, ella rechistó y se forzó a hacer algo al respecto por sí misma.

Perfectamente equivocadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora