54. Eficiencia y avances

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Esa noche, Candy cenaba concentrada en todo menos en la comida. Masticaba con cuidado, ojeando los apuntes en el iPad que tenía a una distancia prudente de su plato en la mesa. Todo en el máximo silencio posible mientras su padre, sentado frente ella, también elegía prestar atención al móvil en lugar del plato.

La cobriza se pasó dos minutos estudiando el panorama, dudando entre si hablar o no hacerlo.

—Papá...

Él levantó rápidamente la vista.

—¿Sí?

—¿Qué tal estás?

La pregunta salió de sus labios antes de que pudiera procesarla. Richard frunció el ceño, sin entender.

—Pues ocupado, como puedes ver. —Carraspeó con la garganta a la vez que ella asentía.

—¿Y algo más?

Él cerró la pantalla del pequeño dispositivo un segundo, para prestarle atención.

—¿A qué te refieres?

La cobriza se encogió de hombros. 

—Bueno, hace mucho que no hablamos.

Y un suspiro quejoso salió de la garganta del hombre.

—Candy, ahora casi no tengo tiempo...

—...Sí, pero no creo que una media hora o una hora haga diferencia, ¿no?

—Hija —la interrumpió con pesadez—. Tú sabes muy bien lo que se puede lograr en ese pequeño rato si se utiliza de manera eficiente. Lo estás haciendo ahora mismo con tus apuntes. Ya sacaremos algún momento, ¿de acuerdo? Ahora céntrate en estudiar, que tienes exámenes la siguiente semana.

Candy frunció los labios y asintió.

—Está bien.

Richard siguió comiendo unos cuantos bocados, hasta que finalmente acabó antes que ella y se levantó con su plato.

—Voy a seguir con el trabajo en la oficina, que tengo mucho que hacer —le advirtió con un tono más calmado y un leve asentimiento—. Buenas noches.

—Que vaya bien...

Él pasó por su lado para regalarle unas pequeñas palmaditas en el hombro antes de marcharse. Candy inspiró lentamente mientras lo veía irse. Luego, giró sus ojos al comedor solitario y sintió como la vista se le tornaba borrosa y los músculos de su cara presionaban por encogerse. Nunca había reparado en la insensibilidad y en la frialdad de aquel contacto... hasta tener con quien compararlo.

¿Pero al menos estaba con ella, no? La mantenía, se preocupaba por su bienestar... la quería. Y ella sabía de más lo que significaba tener mil ocupaciones pendientes.

Volvió la vista hacia la pantalla del iPad y se le cerró la garganta.

De repente, todo parecía mucho más difícil de procesar.

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Perfectamente equivocadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora