9. Conociéndote

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La impresión que tuvo al entrar fue similar a la que experimentó al ver el exterior. La decoración rústica hacía de él un hogar acogedor. Los muebles y las paredes eran de un estilo vintage muy elegante, el suelo estaba cubierto con la típica moqueta de las casas inglesas y lo único que podía resultar engañoso eran las dimensiones. Una mera ilusión óptica, ya que si el espacio se encogía por dentro era a causa de la distribución de las habitaciones y de la escalera, pegada a la pared.

Candy lo guió hasta la segunda planta y lo llevó al interior de un dormitorio bastante amplio e iluminado. El suelo estaba cubierto con una moqueta rosa; las paredes grises, llenas de cuadros, y había una cama a un costado de colores neutros. Los muebles conservaban el color original de la madera perfilada.

—Vaya escritorio.

—Sí, pero para los trabajos suelo utilizar la mesa grande.

"¿Qué mesa grande?" Iba a preguntar. Sin embargo, guardó silencio al ver que ella se agachaba y sacaba de debajo de la cama una tabla blanca alargada, de aproximadamente un metro y medio de largo con metro de ancho, y la ponía en el centro de la habitación. Con un solo gesto levantó las patas y la transformó en una mesa de baja altura.

—Wow. —Fue todo lo que Lex pudo decir—. ¿Es ahí donde estudias?

—No, como te dije, solo la empleo para trabajos prácticos y esas cosas. Para estudiar prefiero el escritorio, que es donde me concentro mejor. Además, sentarme aquí por mucho rato no le hace bien a mi espalda.

—Pues a mí me encanta el espacio, por ese motivo suelo bajar a la mesa de centro de la sala a estudiar. Cuando puedo, claro, porque cuando mis hermanas empiezan a rondar por ahí...

—¿Tienes hermanas?

—Mellizas, de trece años —recalcó con una mueca—. Son odiosas.

Candy asintió, soltando una pequeña risita.

—Me compadezco...

—Ya, gracias.

—No de ti, sino de ellas.

Lex le dirigió una mirada irónica.

—Ni siquiera las conoces.

—Puede, pero no tienes paciencia con nadie.

—¿Y tú que sabes?

—Es la imagen que me has transmitido hasta ahora —dijo en su defensa.

—Pues no deberías juzgar a la primera.

—Te recuerdo que hay una diferencia entre opinar y juzgar, a pesar de que no lo indique el diccionario —remarcó ella, aclarándose la voz antes de continuar—. Si me acusas de opinar, lo siento pero es algo inevitable. Necesitas formar una idea o percepción de todo aquello que ves en tu entorno o de lo contrario, estarías decidiendo ignorar al mundo y caminar por la vida a ciegas sin tener criterio de nada. ¿Me vas a decir que eso está bien? No.

—Esto...

 —Sin embargo —añadió cuando lo vio próximo a interrumpirla—, por otro lado, tienes razón. También te he juzgado; pero para tu suerte no lo he hecho solo a partir del casi conflicto en que me metiste el primer día de curso, sino en base a todos aquellos momentos que he compartido contigo hasta el día de hoy —recalcó alzando las cejas— . Y lo mismo que me ha servido para deducir que no tienes paciencia, también lo ha hecho para concluir que tienes un gran potencial como estudiante y habilidades sociales. Así que, como ves, no todo es malo.

Lex tardó un poco en procesarlo todo.

—Wow —exclamó al final, impresionado—. Gracias por demostrarme tu gran sabiduría y tu buen ¿razonamiento...? A simple vista, claro, porque no lo he estudiado en detalle —añadió meditándolo—; pero lo que sí te digo es que, si quieres formar un juicio correcto sobre alguien, deberías pensar en que no puedes ser del todo objetiva con una persona sobre la que no sabes nada de su vida privada, que nunca has visto fuera de clase y a la que no llevas más de pocos días conociendo.

Perfectamente equivocadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora