49. Riesgo y confianza

1K 107 121
                                    


Alia sonrió.

—Una muy grata.

Candy dejó escapar una pequeña risa.

—Tenía que devolverte el detalle de la ocasión anterior. —Frunció los labios—. ¿Te pillo en buen momento o...?

—Por supuesto, cielo. ¡Pasa, por favor! —Alia le abrió la puerta para brindarle libre acceso a su hogar. De pronto, vio a Warren en el coche detrás de ella—. ¿Usted también quiere entrar?

Al notar que se dirigían a él, negó con amabilidad.

—Prefiero esperar aquí mismo, gracias.

Pero ella no quiso conformarse con aquella respuesta.

—¿Cómo se va a quedar en plena calle con este frío?

Y tras un enérgico intercambio de palabras, Alia tuvo que ingeniárselas con tal de asegurarse de que el chófer esperaría en un espacio que ella considerase "aceptable". Que era lo mismo que decir cerrado y resguardado.

—Vaya a la cafetería que queda al final de esta cuadra para la izquierda y pida algo, que se lo cobren a nombre de Alia. —Le dio una tarjeta firmada—. Tenga.

Con la insistencia de la mujer, él no pudo hacer otra cosa más que agradecérselo.

—¡Muchas gracias!

—A usted. —Y ella se quedó allí hasta testificar con sus propios ojos, azules como el océano, que cogía el camino que le había dicho. Candy solo podía sentir admiración por ese gesto.

—Eres muy amable.

La mujer sonrió mientras abría la puerta a la joven cobriza. En esta ocasión el interior de la estancia ya no estaba impregnado con el olor de algo horneándose, pero igual se respiraba la misma calidez y comodidad de hogar.

—Prefiero tratar a todo el mundo por igual —contestó Alia con la misma dulzura de la otra vez—. Ahora dime, ¿y esas galletas?

Candy bajó la mirada hacia el paquetito con aquellos postres que habían quedado con la figura algo imperfecta y con partes raspadas en la parte trasera.

—Las he hecho con una compañera de clase para San Valentín —le explicó mientras se sentaba con confianza a su lado en el sofá—. El paquete con las galletas mejor hechas las dejé en el coche, estás son las que sobraron. Y como no podía comérmelas sola, en casa me daba vergüenza presentárselas a Rachel y mi padre no probará ninguna, pensé en hacerte una visita.

—¿Pensaste directamente en mí? —Sus ojos centellaban divertidos.

—Sí, no sé. —Candy se encogió de hombros—. Pensé en galletas... y se me vino tu imagen a la mente —le confesó con una pequeña mueca—. Eso sumado a que hace ya un tiempo que no venía a verte.

Alia sonrió.

—Es muy considerado de tu parte, aunque algo me decía que tarde o temprano ibas a regresar.

—Por suerte te he encontrado en casa —añadió Candy. 

—Sí, aunque hoy ha sido posible solo porque, cuando tengo la oportunidad, suelo regresar antes para poder ser la primera en volver a irme al día siguiente. —Alia observó con una mezcla de entusiasmo y curiosidad lo que sostenía entre las manos—. ¿Me dejas probar una?

Candy accedió de inmediato.

—¡Por supuesto! Creo que están buenas, pero no te fijes mucho en la presentación —le recomendó en un susurro cuando acabó de desenvolver el nudo que le hizo a la bolsa, como si se tratase de un secreto—. Eso es precisamente en lo que he fallado.

Perfectamente equivocadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora