41. Encuentros repentinos

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En un principio, Candy no tenía planeado hacer nada que pudiese implicar a Lex viéndole las bragas durante esa tarde. Pero... por cualquier imprevisto o incidente indeseado que pudiese surgir —como que tropezase, se cayera, se le subiese la falda o algo por el estilo—, habría tenido más seguridad de poder cambiárselas.

Se puso un nuevo par como cada mañana, claro que sí... pero había pasado todo el día con ellas, a diferencia de Lex; quien estaba recién duchado y limpio de pies a cabeza.

Candy bufó.

Empezando por algo tan básico como eso, ya había una cosa que le impedía actuar con libertad.

Tiraba tanto del borde de la falda por su nerviosismo, que Lex acabó viéndose obligado a posar una mano sobre la suya para sacarla de ese estado.

—Detente.

La había visto haciendo ese gesto cuando estaban en el coche; luego se fijó en que seguía igual mientras comían y el panorama no cambiaba con ella ya sentada en la silla del escritorio, justo al lado del borde de la cama donde él estaba.

Sin embargo, lejos de corregirla con un tono cansino que aumentara su inquietud, acarició sus dedos para brindarle confort y alejarla de caer en ello otra vez. Candy lo percibió como la forma más dulce que pudo emplear para conseguirlo y, ante tal panorama, se limitó a esbozar una mueca.

—¿Cómo es que estás tan tranquilo?

Lex dejó escapar una risita a la vez que negaba con la cabeza.

—Porque ya estuve como tú el primer día que hablamos sobre esto —se sinceró—. Me comí el coco, hasta que luego de un rato pensé y me dije: ¿A fin de cuentas, no es seguir llevándolo como hasta ahora? Con un poco más de intimidad... sí, pero no acabaremos haciendo nada que no queramos. Y dudo que lleguemos hasta tan lejos, porque no siento que ni tú ni yo estemos preparados para hacerlo.

—Opino lo mismo —concordó sin dudar—. Muchas veces me he preguntado, ¿por qué a veces hay parejas que van por pasos y otras no? ¿El sexo al final tiene reglas o no las tiene? —suspiró—. Supongo que recién ahora me doy cuenta... de que depende de lo que puedan abarcar en su momento y del ritmo propio de cada relación.

Lex asintió, satisfecho de que volviera a recuperar su actitud habitual.

—Me alegra que coincidamos en ese detalle. ¿Ves? —señaló—. Ahora estás más relajada.

Candy acarició la mano que él tenía sobre la suya, agradecida. 

—Tú me ayudas a estarlo.

Lex se limitó a sonreír, hasta que hizo memoria sobre cierto detalle.

—Pero me dio curiosidad —comentó rápidamente—. ¿A qué vino la pérdida de confianza? Si el lunes te sentías tan emocionado por... lo que quedamos para hoy.

—Y sigo en las mismas —ratificó Candy.

—¿Entonces?

Ella hizo amago de hablar, pero volvió a callar.

—Es una tontería.

—Anda, cuéntamelo —la animó.

Y cuando Candy vio el destello de su intención en esos iris azules peculiares, que tan hondo habían calado en ella, recordó que podía confiar en él.

—Es que... en nosotros todo es tan inocente, tierno y dulce... que no quiero perderlo por hacer algo así —expresó con pesar, aunque tenía miedo de que sonase ridículo.

Perfectamente equivocadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora