55. Emociones opuestas

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—¿Y cuándo vendrás a visitarnos?

Alia suspiró, apartando un mechón de la frente de su hijo con cierto temblor. Pasó la yema de sus dedos suavemente sobre su piel, como si fuera lo más preciado del mundo.

—Lex... has pasado todo el fin de semana aquí conmigo.

—Pero te extraño —se quejó haciendo pucheros, algo que ya no era tan correcto para un niño de su edad.

Alia esbozó una sonrisa lastimera. No ganaría nada regañándolo, pues para él la situación también era bastante complicada.

—Lo sé, Zoi Mou, lo sé. Pero volveremos a hablar mañana por teléfono, ¿sí?

Él asintió y ella se inclinó aún más sobre su pequeño cuerpo para permitir que pasara los brazos alrededor de su cuello.

—Te quiero mamá.

La susodicha inspiró y exhaló rápidamente.

—Y yo también, Zoi Mou, με όλη μου την καρδιά. —Sintió el apretujón en el pecho y, acto seguido, alzó los ojos hacia el sujeto detrás de él—. Ve a ver tus cosas mientras yo me quedo hablando aquí con tu padre, ¿vale?

Lex obedeció y Alia no le quitó la vista de encima hasta que entró a su habitación.

—Esto se me está haciendo más duro que la última vez, ¿sabes? —confesó ella en voz baja.

El hombre al otro lado guardó silencio un momento.

—Yo también pasé por lo mismo durante meses, Alia.

Ella tragó.

—Pero yo no me había despegado de su lado desde que nació...

Su tono no fue despectivo, pero Nathan recibió sus palabras con el mismo impacto. Le echó un vistazo rápido y volvió a fijarse en la misma sagacidad y experiencia en los ojos que tenía hasta cuando no era más que una joven adolescente; la misma que lo hacía lucir a él como un insecto a su lado.

—Lo siento... —se disculpó Nathan, aunque no tenía ni la menor idea de por qué lo hacía. No tenía la culpa. Pero ella tenía esa magia... de convencerlo incluso de lo que no estaba de acuerdo—. Sin embargo, tienes opciones por delante, Alia.

—¿De qué hablas?

—Tu trabajo, el de camarera en la cafetería esa —especificó Nathan. ¿No hay algo que te gustaría hacer de verdad?

Él vislumbró un destello de ilusión e interés en sus ojos que pronto se desvaneció.

—Para lo que quisiera... habría tenido que estudiar.

Nathan ladeó la cabeza.

—Bueno, ¿y qué si aprovechas tus habilidades? ¿No te gustaría, no sé, empezar tu propio negocio?

Alia se rio, hasta que comprendió que hablaba en serio.

—Nathan...

—Solo necesitas un poco de... entrenamiento. Has estado trabajando durante años en ambientes similares y eres inteligente —recalcó sin entenderlo—. Tal vez pueda funcionar.

—Tal vez sí, o tal vez no. —Ella se encogió de hombros—. Pero también tengo un niño al que alimentar, y no quiero sentirme... inestable... ni de tiempo ni de dinero.

Perfectamente equivocadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora