38. Hechos intrigantes

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Tres semanas después de Navidad, Lex y Candy se besaban en una de las bancas del patio escolar sin prestar atención a nada más a su alrededor. 

Ella, sentada sobre las piernas de Lex, movía sus labios sobre los suyos con suavidad, pero sin perder la intensidad. En una de esas, él deslizó la lengua sobre su labio inferior con el objetivo de ganar aún más acceso a su boca. Candy sacó ventaja del gesto y acarició los alrededores de su lengua con la suya de forma traviesa, provocándole, para luego esquivar a Lex cuando pretendía hacer lo mismo con ella. Mantuvieron su juego durante unos segundos más, entre pequeñas risas y nuevos intentos, hasta que se quedaron sin aire. Pero aún cuando se separaron para dar una tregua a sus pulmones, Lex no se resignó a dejar de besarla; en cambio, se concentró en repartir pequeños picos mojados sobre la mejilla de Candy e ir descendiendo poco a poco en dirección a su cuello, a la vez que ella aprovechaba en masajear el cuero cabelludo de su nuca.

Candy sentía el bulto contra su muslo, y lo ignoró pese a tener cierta curiosidad. Había logrado que Lex dejase de sentirse incómodo por ello, consiguiendo así que le correspondiese con la misma fogosidad que deseaba y que no se cortara cuando quisiera mantenerla cerca. Y eso le encantaba.

Los besos, aunque cortos, seguían produciendo a Candy un hormigueo agradable alrededor de la porción de piel que alcanzaba. Sonriente, se meció suavemente contra él, queriendo acentuar la sensación un poco más. Pero duraron poco así, puesto a que en cuanto volvieron a pillarse mirando al otro, no pudieron evitar volver a besarse con el mismo hambre.

—¿Qué tal si os conseguís un hotel?

Dave esbozó una mueca divertida mientras Sienna y Meghan, junto a otros estudiantes que pasaban, reían a sus espaldas.

Lex chasqueó la lengua, mientras que por otro lado, Candy evitó darles la cara.

—Ya es hora de volver a clase. Vamos, parejita.

Se distanciaron un poco de ellos y siguieron hablando. Lex deshizo el abrazo que mantenía alrededor del cuerpo de Candy, pero ella no se resignaba a a despegarse de él.

Esa tarde y la del próximo viernes no se iban a ver. Empezaban las dos semanas de exámenes para las preevaluaciones, y solo dos de ellos eran de asignaturas que compartían, así que cada uno había preferido estudiar por su cuenta.

—Hablamos esta tarde por Whats un rato, ¿vale?

Ella asintió y él le regaló una suave caricia en la mejilla antes de esconder las manos en los bolsillos del pantalón, ocultos bajo el borde de la camisa y la americana, para marcharse por su lado a la vez que ella lo hacía por el suyo.

Ella asintió y él le regaló una suave caricia en la mejilla antes de esconder las manos en los bolsillos del pantalón, ocultos bajo el borde de la camisa y la americana, para marcharse por su lado a la vez que ella lo hacía por el suyo

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Llegando a su casa alrededor de tres horas después, Candy entró decaída al umbral, siendo consciente de que iba a pasar el fin de semana estudiando y sin ninguna motivación a la vista en los descansos.

Perfectamente equivocadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora