De cerca parecía incluso más serio que la otra noche, y también algo mayor.
No sabía su edad concreta, pero tenía que contar con que usualmente le daba por ver mayores a los chicos y chicas de colegios diferentes al suyo; así que...
—Vine a por lo que me debías.
—¿Eh?
Ethan bufó.
—El dinero del taxi.
Y Candy abrió la boca, recordando.
—¡Cierto! —exclamó—. Vaya, se me pasó por completo. Ahora mismo te lo traigo.
Y ella iba a correr hacia el portal; pero enseguida se volvió sobre sus pies, insegura.
—Ehm, ¿quieres pasar mientras tanto?
Él dirigió una mirada dudosa a la bicicleta negra y desgastada aparcada a su lado, en la que Candy no había reparado hasta ese momento.
—Puedes dejarla ahí, en esta zona dudo que le pase nada.
Él hizo una mueca burlona.
—Ya, yo tampoco lo creo —murmuró por lo bajo—. Está bien, voy.
Y Candy llegó hasta el umbral con él casi pisándole los talones y en silencio, uno muy incómodo.
—¿Por qué no me has llamado o enviado un mensaje? Tal vez te hubieses ahorrado la espera.
Ethan la observó sin inmutarse.
—Lo intenté, pero me salía que tu número no existía.
—¿En serio?
—Muy curioso, sí —soltó con un tono cargado de ironía.
Candy pestañeo, extrañada.
—No, de verdad —recalcó—. Enséñame tu móvil, por favor.
Él chasqueó con los dientes mientras la obedecía y, al mostrárselo, Candy se detuvo a ojearlo.
—Lo has escrito mal —indicó repiqueteando la pantalla—. Este siete es un ocho.
Con el nuevo dato, Ethan pareció perder parte de la tensión que llevaba encima.
—Habré presionado mal el teclado. —Se rascó la mandíbula con pesar—. Perdona.
—Tranquilo, no pasa nada. —Le ofreció una sonrisa apaciguadora—. Voy a por el dinero.
Y dejó un momento a su invitado al pie de la escalera mientras ella iba a su cuarto, cogía su monedero y volvía.
—¿Cuánto me dices que era?
—Treinta, bueno, quince solo de tu parte.
—¿Seguro? —inquirió extrañada—. Si no recuerdo mal, me dijiste que el nightclub quedaba al lado de tu casa.
—No dije eso.
—Que te ibas caminando desde allí —clarificó Candy.
Ethan ladeó la cabeza.
—Eso sí.
—Pues es lo mismo, ¿no? —preguntó—. No hubieses pagado nada de no ser por mí, lo justo es que asuma el gasto completo. Al fin y al cabo, son solo quince libras más.
Él soltó una risa ahogada a la vez que ella se lo daba.
—Sí, lo son —confirmó en voz baja—. En fin, gracias. Lo aceptaré solo porque sé que no tienes problema en permitírtelo.
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Perfectamente equivocados
RomanceAtraídos como imanes, Candy y Lex se unirán para continuar siendo los mejores estudiantes del colegio sin renunciar a la libertad que el último año de bachillerato amenaza con arrebatarles. Ambos conocen parte de la crudeza que conlleva la perfecc...