v e i n t i s é i s

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Echo a andar a un paso veloz cuando Hero pasa de acera. Puedo oír sus pasos acercándose detrás de mí, no tan deprisa, porque sus largas piernas le dan ventaja. Aprieto la mandíbula mientras me concentro en el asafalto. Me fijo en las irregularidades del camino, en los chicles tirados, las pequeñas hormigas que alcanzo a atisbar, las hojas de los árboles... cualquier cosa con tan solo no mirar hacia atrás.

Muy tarde para mí. Se hace a mi lado y mantiene el ritmo. Me supone un gran esfuerzo caminar con esta rapidez, y suspirando, aminoro el paso porque él, de todas maneras, es capaz de seguirme el ritmo sin problema alguno. No obstante, no bajo barreras y mantengo distancias.

Después de unos largos minutos en los que no ha dicho nada, empiezo a plantearme seriamente si se pasó de acera para intentar disuadirme o solo para seguir el camino a su hogar.

Siento otro golpe en el estómago. Su hogar. No el nuestro, mucho menos el mío. No, mi hogar se encuentra a miles de kilómetros de distancia, al otro lado del océano. Allá se encuentran las personas que amo y toda una vida a la que renuncié. No, mejor dicho, que cedí, porque sabía las consecuencias que era mudarse de continente.

No de ciudad, ni país, sino de continente.

Gotas de lluvia empiezan a caer y lo que comenzó como un aligera brisa, se convirtió en pocos segundos en una lluvia torrencial. Por suerte, los techos de algunos locales por los que me encuentro me protegen del agua.

El silencio se instala en mi cabeza y me siento tan abrumada que mi respiración se vuelve superficial. Nunca he sido ignorante al hecho de que es difícil como la mierda continuar adelante por mi propia cuenta. Había noches en las que hablaba con mi madre o padre sobre la travesía que planeaba enfrentar sin ninguna compañía. Me advirtieron sobre el miedo y la nostalgia que podía llegar a sentir, y aunque me vieron muy fuerte en ese momento, por dentro estaba llena de un pánico que amenazaba con derrumbar todos mis sueños.

No cedí ante él.

Sin embargo, es inevitable e imposible no sentir añoranza por mi ciudad natal. Muerdo mi labio inferior y el deseo de abrazar a alguien que realmente le importe casi me supera. Ese sentimiento se agrava cuando me doy cuenta en los problemas que estoy pasando en este momento: la pelea con Meg, alguien que creía que era una amiga adorada, conflicto en mi trabajo por un motivo ajeno a mí, esa rivalidad estúpida entre Jennifer y Adam que sé que solo me traerá más y más problemas, la desesperación por encontrar un sitio que sienta como mi hogar...

El ser humillada por un imbécil de primera.

Como si ese pensamiento ahogara el silencio y me devolviera al mundo real, apenas percibo que Hero se acercó un poco más a mí. Ruego por piedad.

Llegamos al portal del edificio y nos dirigimos al ascensor. Me debato si subir por las escaleras, pero a pesar de que no quiera pasar tiempo a su lado, no le voy a dar la satisfacción de verme huir de él, aunque eso sea lo que exactamente estoy haciendo.

El ascensor está en este piso, por lo que entramos y aprieta el botón 5. Yo me posiciono en la punta más alejada, apartada de él. A mi favor está el espacio del cubículo, que es bastante grande y espacioso. Perfecto para ignorar a alguien. Miro enfurruñada las puertas del ascensor.

Y... todo pasó en cuestión de segundos.

El ascensor se paralizó de un golpe que casi me hace trastabillar con mis propios pies, buscando equilibrio. El corazón me da un vuelco, no precisamente de los buenos. La luz se va por unos breves instantes, sumergiéndonos en el silencio y en la oscuridad hasta que vuelve, de manera más tenue.

Pasan unos segundos hasta que me dé cuenta de qué está pasando. Maldita lluvia, maldita corriente eléctrica, maldito destino, maldito ascensor...

Antes de él | HEROPHINE |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora